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Ushuaia, el principio de todo

Particularidades le sobran: está llena de montañas que parecen salidas de la saga del Señor de los Anillos, posee el centro de esquí más austral del planeta, es la única localidad argentina con vista directa a territorio chileno, tiene un antiguo tren que lleva a un notable Parque Nacional que besa las aguas del Canal de Beagle y la luz del día en los veranos dura hasta la medianoche. Y, aunque no lo sea, se autoproclama la ciudad más austral del mundo. Con ustedes, Ushuaia.

Por Jorge López Orozco

En los muros del puerto en el que recalan enormes trasatlánticos, un enorme graffiti desafía cualquier apreciación geográfica imperante: «Bienvenidos al Fin del Mundo, el Principio de Todo». Y tal parece que esta idea no es tan descabellada tras conocer a la urbe más famosa de la mítica Tierra del Fuego.

Ushuaia es una de las ciudades que figuran más abajo en el mapamundi y que se ha convertido, con justicia, en el gran punto de aventuras en la Patagonia argentina. Centenares de motociclistas, casas rodantes, caminantes, hippies perdidos y otros seres de fábula, se pasean por sus ondulantes calles con la ilusión de estar en el último confín habitado del planeta. Su tejido urbano limita hacia el norte con un murallón de nevadas montañas cubiertas por bellos bosques de lengas, en tanto que hacia el sur se topa con el mítico canal de Beagle y las vecinas islas Hoste y Navarino, en la que sí se ubica la población más austral del orbe: Puerto Williams.

Hitos geográficos aparte, Ushuaia – que se pronuncia Usuaia y no Uchuaya- sin dudas está muy lejos y llegar a conocerla sigue siendo una aventura. Un privilegio de pocos. Por tierra son más de doce horas en bus desde Punta Arenas, en las que se debe navegar por el Estrecho de Magallanes hacia la isla de Tierra del Fuego. La ruta de tierra en territorio chileno, cambia a la modernidad del siglo XXI tras pasar la frontera con Argentina, en donde el viento de la pampa arrecia frío e inmisericorde. El asfalto lleva hasta Río Grande, pujante ciudad petrolera e imán para los pescadores con mosca, y colindante al océano Atlántico. Desde acá, el paisaje de la carretera pasa de las planicies ocres a un ascenso constante entre bosques, lagos y montañas que terminan dando la bienvenida a Ushuaia. Claro, hay como llegar en avión: hay pocas y onerosas combinaciones desde Punta Arenas y muchas más desde Buenos Aires, pero el aterrizaje en el aeropuerto internacional Malvinas Argentinas, augura emociones también, sobre todo al aterrizar con viento.

Guardando proporciones, la misma emoción debieron haber sentido los primeros colonos que llegaron a este punto de la Patagonia, cuando no había urbanidad y eran los Selk’nam -conocidos también como Onas- amos y señores de todo el territorio.

Las raíces de una tierra indómita

Claro, los Selk’nam fueron los históricos dueños de estos parajes, pero terminaron exterminados producto del contacto con el «hombre blanco», ya fuese por enfermedades occidentales o asesinados por la codicia que llegó a la zona atraída por una efímera fiebre del oro y que, posteriormente y sin ya más metal dorado, decidió reemplazar unilateralmente a guanacos por ovejas y a apropiarse de los territorios aborígenes por las malas.

La pre-historia de Ushuaia fue triste. Su creación formal en 1884, avalada por congregaciones anglicanas que llegaron a «proteger» a los habitantes originales, no fue menos. A principios del siglo XX este paraíso fue transformado en un aislado centro penitenciario.

El antiguo edificio carcelario es el mismo que hoy está reconvertido es un interesante museo/centro cultural que relata esta historia penal y que tiene como joya el paso de un joven Carlos Gardel, entre sus ilustres residentes. Cuesta entender cómo un lugar tan potentemente bello sirvió para castigar los delitos humanos, sin embargo, esa fue la génesis de una ciudad que cuenta actualmente con más de 60 mil habitantes.

La historia de Ushuaia también está pintada en bellos murales ubicados en San Martín, la avenida principal. Esta arteria se ha convertido en la columna vertebral del constante paseo de turistas y locales. En ella se concentra gran parte del comercio que abarca desde completas tiendas de suvenires, oficinas de turismo, venta de ropa de aventura, librerías, casinos de juegos, parrilladas con corderos asados a fuego lento en plena vitrina, ferias de artesanos, supermercados, restaurantes especializados en centolla, cafeterías con medialunas y dulce de leche, bares irlandeses, chocolaterías y un largo etcétera. Su oferta es tan variada como las montañas que se divisan desde cualquier esquina y entre las que destacan los cerros Dos Banderas, Cinco Hermanos y el Monte Olivia, el más emblemático de todos y reconocible por su puntiaguda cumbre de 1326 metros sobre el nivel del canal de Beagle.

Singularidades por doquier

La fama turística de la ciudad ha crecido las últimas dos décadas y convive con un pujante desarrollo industrial. El Estado argentino fomentó el poblamiento de Tierra del Fuego desde la década de los ’70 -una antítesis de lo que ocurre en el sector chileno- mediante incentivos tributarios para grandes empresas. Con ello llegó gente del Chaco, Jujuy, Misiones, Buenos Aires o Neuquén ante la posibilidad de trabajo rápido y bien pagado.

Llegaron chilenos y bolivianos, también. No es raro encontrar piscos en los supermercados -a precios más baratos que en Chile- o presenciar la celebración del Inti Raymi en el solsticio de invierno. No es extraño, tampoco, encontrar europeos o gringos que se enamoraron del paisaje o de sus habitantes y que nunca más se fueron. Lo que sí es altamente inusual es encontrar algún descendiente Selk’nam o Yámana.

Es un lugar de particularidades. Durante los veranos los días se inician con el despuntar del sol a las 4 AM y con atardeceres que prometen luz hasta casi medianoche. En invierno ocurre todo lo contrario: la oscuridad se apodera de la mayor parte de las horas. En un día, en cualquier temporada, pueden estar las cuatro estaciones presentes. Hay sol en invierno o intensos nevazones en período estival. Grandes tormentas de vientos o jornadas en que las temperaturas se encumbran hasta los 20 grados y que son ideales para un chapuzón memorable en el Beagle y atestiguar que el cambio climático es una ineludible certeza.

En Ushuaia se puede encontrar lo mismo que en otras ciudades turísticas del mundo: sexo, drogas o rock and roll. Pero es la naturaleza, fundamentalmente, lo que más sigue atrayendo a los visitantes.

A 15 minutos de distancia

La ciudad se ha especializado en el turismo y tiene decenas de opciones para dormir y comer. La gran garantía de Ushuaia es que, a sólo 15 minutos de distancia en auto o bus, se llega a tener un contacto directo con la naturaleza y esa sensación tan patagónica de estar lejos de todos, se hace muy patente.

Para excursiones está la cercanísima caminata al glaciar Martial, con un hermoso trekking que finaliza con una impecable panorámica del canal y las islas chilenas. Otra opción son los viajes en 4×4 por los lagos Escondido y Fagnano, visitando castoreras -una verdadera epidemia en la región- y finalizando con gloriosos asados de cordero al palo. También se puede elegir montarse al tren activo más austral del mundo que llega, tras siete kilómetros, al Parque Nacional Tierra del Fuego, es un rememorar el camino que hacían los presos para cortar leñas. Hoy esta área protegida cuenta con gran cantidad de senderos que desembocan en la Bahía Lapataia, entre bosques y mar.

Hay más: navegación a la isla de Los Pájaros y el faro del Fin del Mundo; visitar el pueblito de Caleta Almarza, en el que se hacen curantos con mariscos extraídos por el último buzo que vive en la zona o altamente recomendable paseo por los bosques de lengas y ñires ubicados en el sector de Playa Larga, a pocos minutos al occidente del centro de la ciudad y que, dicen, en las noches tiene duendes. Cualquier ascenso de cerro depara alegrías también: la arquitectura de las casas y los barrios es caótica y bella a la vez y finaliza indefectiblemente en el bosque, loma arriba, perdido y con miradores únicos.

Aunque verano es la opción evidente, visitarlo en invierno es una experiencia intensa de nieve y frío que cala huesos. Los amantes del esquí acuden al centro de esquí Cerro Castor, a pocos kilómetros de la ciudad, con excelentes pistas. Y durante todo el año, desde el puerto de Ushuaia, zarpan barcos a la Antártida, Cabo de Hornos o Puerto Williams, destinos que son la última frontera. El verdadero pueblo más austral del mundo. Es un lugar que se añora y donde las amistades que se hacen con los locales, se transforman en lazos kilométricos. Ushuaia es siempre recomendable.