Rocío Toscano Queipul: «Hay que enfrentar a los acosadores, como sea, como te nazca»
Vivió su niñez entre Argentina y Chile. Idas y venidas que le permitieron conocer el rock, fumar sus primeros porros en Bariloche y tener conciencia -desde muy pequeña- sobre las desigualdades sociales. Esa trashumancia también le permitió vivir la opulencia de Buenos aires, la pobreza de la Villa Fuerte Apache y el mundo de las gallinas, el ñache, en Osorno, donde sus abuelos. Rocío Toscano Queipul con sus 24 años aún tiene, como dice ella, “cara de cabra chica”, pero su registro personal de seguro será fuente de inspiración para los personajes que siga desarrollando como actriz.
Por Carlos Martínez/ Fotos: Ronny Belmar
Le preguntamos a Rocío si podía acompañarnos a la punta del cerro y aceptó. En el San Cristobal posa con la cordillera de fondo. Luce de pies a cabeza una tenida de cuero negro. En su cuello cuelga un collar con la lengua de los Rollings Stone y en su boca, el caño humea incesantemente. Poco y nada se parece a Roxi, la escolar que interpreta en la teleserie del Mega “Verdades Ocultas”.
El frío es intenso a la altura desde donde comienzan a flotar los teleféricos y preferimos bajar a la ciudad para hacer la entrevista. En el auto del fotógrafo, Rocío pregunta si me tinca conversar en el Bar de René porque le queda cerca de su casa. Le respondo que sí y caminamos hacia una de las cantinas clásicas de los rockeros en Santiago. Ella se saluda con el que atiende la barra y los meseros. Pide dos cervezas, nos ubicamos en una mesa y empezamos a conversar.
Me aclara que es una fanática del Rock y que quiere aprender a tocar batería. De hecho, desde que entramos al bar, Rocío tararea cada una de las canciones que suenan.
“Soy una fanática del rock y cuando escuché el disco Circus de los Rollings Stone me gustó inmediatamente. Me enamoré de Mick Jagger, de cómo cantaba de sus labios y cómo se movía. Me volví Rolinga. También tengo mi lado ñoño y me fascina Star Wars: de hecho ahora cuando venía en el avión desde Colombia me vi la película y la lloré toda.”
Afuera del bar y cuando llegamos, su presencia no pasó desapercibida. A propósito de las miradas le pregunto sobre los piropos y todo este cambio cultural que ha generado la ola feminista. Ella se toma un tiempo para pensar lo que va a decir:
“No es un piropo que te digan Mijita te chupo… y quedai helada y después te da rabia porque no le dijiste nada. O que te saquen la lengua los viejos cuando pasan. A mí no me ha pasado que me muestren sus partes, pero a mi mamá, sus hermanas, sus primas les pasó que se les puso un weon por delante y les mostró el pico. A todas nos ha pasado algo. Cada mujer tiene alguna historia de abuso y eso es intolerable. Yo he optado por ser bien flaite y chora, así que cuando un tipo me dice algo en la calle, les digo que te pasa sapo conchetumadre y los weones quedan pa la cagá, descolocados”.
Le pregunto sobre la sobreexposición y cómo es eso de tener una cuenta de Instagram con 300 mil seguidores. Dice que se lo toma con calma y sabe que en el juego de las redes sociales habita lo bueno y malo, todo junto. “Uno agradece la buena onda” aclara, pero si alguien se pasa de listo tiene una sección a la que le ha llamado “funando al saco wea de la semana” donde se ocupa de esos que le dejan mensajes acosadores.
“Leer que un weon te escribe te chupo el ano es muy fuerte, te descoloca, por eso opté por funarlos. Así que si alguien me escribe algo así me meto a su Instagram, le hago un pantallazo a su foto y lo funo. Es la única manera de parar a estos tipos. Hay que enfrentar a los acosadores, como sea, como te nazca.”
Osorno y su conexión con la tierra
El segundo apellido de Rocío es Queipul. Nos cuenta que siente mucha admiración por la cultura mapuche y se siente orgullosa de llevar ese apellido. Confiesa que nunca tuvo conciencia de qué era ser mapuche porque siempre estaba ahí a través de sus abuelos maternos que le transmitieron ese vínculo profundo con la tierra. Por eso cuando hablan de terrorismo mapuche ella se molesta y reclama diciendo que son personas luchando por algo justo.
“Mi abuelo Rigoberto Queipul nació en Río Bueno y después se fue a vivir a Osorno. Una persona activa, imagínate que tiene 80 años y todavía trabaja. Mis veranos los pasé en una playa mapuche que se llama Maicolpué. Las gallinas, tomar ñache, comer asado de cordero, ordeñar a las vacas, disfrutar de ese paisaje, es algo que siempre me acompaña como las nubes de ese lugar. Es que la décima región es demasiado linda. Es hermosa esa zona y fue algo con lo que me crie.”
Pero la vida bucólica en la casa de sus abuelos no fue el único lugar que conoció. Con su hermano y madre vivieron varias temporadas de un lado y del otro de la cordillera. Eso sí, deja en claro que nunca tuvo tantos rollos con estos constantes cambios y que gracias a su madre, esas ganas de ser actriz se transformaron en realidad.
“Nací en Argentina y viví hasta los ocho, después me devolví a Osorno hasta los 9, de ahí a Bariloche 4 años y en Osorno nuevamente por dos. Soy nómade. Ahora acá en Santiago vivo hace 7 años. Eso sí, el último cambio de Argentina a Osorno fue duro porque fue en la flor de la adolescencia y tuve que dejar muy buenos amigos. En mi vida estuve en 17 colegios y al final estaba chata de hacer amigos nuevos. Finalmente terminé mis estudios haciendo exámenes libres porque ya no estaba ni ahí con ir a la escuela. Por suerte mi madre siempre me apoyó en toda esta veta artística, desde el modelaje, pasando por la comedia musical hasta querer ser actriz. Hoy seguimos trabajando en algunas cosas. Con ella tuve la suerte de conocer varias realidades: estar a pan y té, como también vivir en el barrio más top de Buenos Aires”.
Eso sí, aclara que aunque “tomó agua en copa” no se siente para nada arribista. “Soy una persona normal y tengo conciencia de que este modelo genera desigualdades. Tuve conciencia desde muy chica de la pobreza. Nunca se me va a olvidar que cuando viví unos meses en Fuerte Apache (vivía a media cuadra de la casa de Carlos Tévez, el jugador de Boca Junior) y tenía que ir temprano al colegio y en cada esquina había un gendarme (policía) con metralleta. Levantarse para ir al colegio no sé si a las 5:30 o a las 6:30 de la mañana con mucho frío y recuerdo que vi a unos niños en un container de basura. Eran chicos, estaba muy helado y ellos estaban ahí, metidos buscando comida de la basura. Fue algo muy chocante y esa imagen nunca la voy a olvidar”.
Secos, el documental
Desde pequeña estuvo presente esa atracción por la actuación y me cuenta cómo se la pasaba poniendo caras o tratando de llorar frente al espejo.
Sin duda mi experiencia de vida me sirve mucho para actuar. Yo desde que tengo uso de razón que actúo. No tengo estudios universitarios, pero siempre está el interés de ir perfeccionándose. MI idea es poder hacerlo en Argentina. Eso sí, tengo la suerte de trabajar con actores que son secos y aprendo mucho de ellos.
A propósito de Secos, le consulto sobre el documental Secos (2017) que aborda la crisis del agua que se vive en nuestro país. Rocío al igual que destacados actores participó en él. En el Bar de René nos avisan que si queremos quedarnos hay que pagar entrada porque va a tocar un grupo. Por lo mismo, quedamos en que esta será la última pregunta.
“Recibí la llamada de Chamila Rodríguez (directora del documental) y me contó del proyecto y de lo que significa Secos. Lo encontré tan bacán el documental que dije sí. Obvio. A parte me di cuenta que participaban muchos actores bacanes y más me motivé. Me sentí privilegiada de estar en el documental y representar de alguna forma a los jóvenes de este país que, lamentablemente, tienen pico idea de lo que pasa con el agua y de que somos el único país del mundo que tenemos nuestras aguas privatizadas y lo que vive la gente cuando le roban su agua. Porque eso de privatizar es una forma de llamarlo, pero en realidad es un robo. Es un tema que hay que denunciar, no es posible que, por gente corrupta, personas tengan que estar lavándose por partes y tener que hacer caca en bolsa de plástico porque no tiene agua para tirar la cadena.
***Entrevista aparecida en la edición 134 de Revista Cáñamo