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Quinto elemento, la primera cepa 100% argentina

Una cepa cultivada en la clandestinidad durante casi dos décadas se convierte en la primera semilla estandarizada de Argentina, aún en tiempos de ilegalidad.

Por Ramiro Barreiro, desde Buenos Aires.

Daniel Loza y Darío Andrinolo nunca se conocieron. Apenas hablaron un par de veces por teléfono. Sin embargo, están unidos por una planta.

En el año 2000 Loza fue diagnosticado con hepatitis múltiple agravada. Una combinación de la hepatitis B con la C. En otras palabras, su hígado se desgranaba como una galleta de champaña.

El hombre trabajaba para la planta del gobierno de la ciudad de La Plata, a 60 kilómetros al sur de Buenos Aires, manejando calderas. Al recibir el diagnóstico, decidió interrumpir todas sus actividades para vivir tranquilamente los seis a ocho años que le quedaban, según el augurio de los médicos.

El hombre decidió curarse sólo. Entre hacer experimentos para la ciencia y hacerlos para sí mismo, prefirió lo segundo». Eligió «ser su propio cobayo», como decía.

Hacía relativamente poco que había conocido el cannabis. Ya había usado las hojas para terminar con las crisis de asma que sufría su madre. Con ellas hacía un té que a la mujer le vendía como una infusión de una «planta mexicana». Lo cierto es que dio resultado.

Cuando comenzó a cultivar marihuana su vida cambió. Daniel comenzó a experimentar con las genéticas y las técnicas de cultivo. También de secado y curado. Sobre todo de esto último.

¿Lleno de vacío, o vacío de lleno?

«El carbón bajo la presión de la montaña hace un giro molecular y se convierte en diamante». Ese postulado científico obsesionó a Daniel, a punto tal que inventó su propia montaña.

«él sabía que no podría tener una montaña», cuenta su hijo Charly Kobuco. «Pero si la presión provoca un giro molecular podía emular eso mismo en un lugar más reducido, y en lugar de la montaña podía hacerlo con el propio vacío».

El vacío es ese quinto elemento que «el profesor botánico» – como le llamaban- le agregó al cannabis. Los otros cuatro, la tierra, el sol, el agua y el viento habitaban su jardín desde siempre.

Loza inventó unos frascos cerrados con silicona, con una válvula en la tapa. A través de ella generaba presión a partir del vacío con una bomba para alterar (y potenciar) cualquier cosa a su antojo. Manzanas, chorizos y cogollos, claro está.

Un buen día puso una flor de cannabis en uno de los frascos pero se pasó de vacío. El cogollo se secó, por lo que se vio obligado a hidratarla. Cortó cáscaras de cítricos y volvió a encerrar todo. El cannabis absorbió la humedad de los cítricos y el resultado fue demoledor: una pitada te mandaba a la psicodelia extrema, dicen quienes lo probaron.

Del registro de esos proceso nació el Quinto Elemento, un canal de Youtube que en la actualidad conserva 4.000 suscripciones y cuyos videos, realizados en el jardín de Daniel, la mayoría de las veces rodeado de amigos, se han convertido en una divertida guía de cultivo.

Daniel amaba la naturaleza, y jugaba con ella. Entrenó semillas para el invierno, y logró que sean más resistentes. Revisó técnicas de siembra, cultivo, secado y curado; mezcló genéticas para crear otras nuevas. Todo con una obsesión absoluta.

Así pasaron los años y su vida no se apagaba. Seguía bebiendo chelas con sus amigos, fumando marihuana y trabajando, ahora, reparando lavarropas y heladeras.

Empezó a caer gente que necesitaba y consultaba sobre el aceite de cannabis. El producía y entregaba. Nunca le puso un precio ni fue probada ninguna relación comercial. Los beneficiados, si querían, donaban dinero, comida o alguna botella de vino. El que no tenía nada, se llevaba igual el aceite.

Doña Candela

«Daniel Loza llega a mi vida a raíz de un gotero que me regalo para mi nena Carolina, que tiene trastorno del espectro autista», se presenta Candela Grossi, una de las tantas beneficiadas y, según cuenta, «una de las pocas que enfrentó a Daniel Loza».

La mujer acudió a Daniel porque el aceite que estaba usando para su nena ya no servía, la niña lo estaba resistiendo, había vuelto a auto agredirse y no descansar.

«Yo lo enfrenté. Le dije que no hable de desesperación si no sabe lo que es la desesperación y creo que eso fue muy fuerte para él», relata Candela. «Doña Candela», según él la llamaba.

Charly, su hijo, dice que Daniel se empecinó en ayudar a Carolina. «A la media hora de tomar la primera gota la nena se durmió y descansó bien por unas horas. Ahí comenzamos nuestra relación de amistad con Daniel», cuenta la mujer, una de las tantas personas que exigió y logró su libertad cuando el hombre fue detenido por la policía.

«Siempre veíamos la manera de mejorar las extracciones o probar distintos métodos. Siempre en pos de la salud, porque Daniel jamas vendió un gotero, no era narco, hacía medicina y tenía un corazón de oro para el que lo necesite, siempre», recuerda Candela.

Otros de sus pacientes fueron un hombre con artrosis que terminó lavándose la cabeza sólo gracias al aceite, o una abuela de 90 años que por los dolores no podía atravesar un empedrado a bordo de su silla de ruedas, y terminó caminando.

Todos en la ciudad comenzaron a posar sus ojos en este extraño profesor autodidacta, de barba tupida y mirada desafiante. También la policía y los laboratorios.

La lista de personas ayudadas por Daniel es larga. Imposible saber cuánto, porque su cuaderno de anotaciones es una de las tantas cosas que la policía se llevó de su casa. También se llevaron bombas de vacío y motores de las heladeras que reparaba, perfumes, una cámara fotográfica antigua y, por supuesto, dinero.

«Nunca falta alguien que sobra»

«Lo peor que se llevaron fue la felicidad de mi viejo», resume Charly a punto de quebrarse.

«‘Yo me hice meter preso’, me decía. él ya sabía todo, incluso me llamó por teléfono y me avisó que no iba a llamarme más, porque ya palpitaba su detención. Hubo mucha gente que le fue soltando la mano y él lo sabía».

Entonces, lo de siempre. Un denunciante anónimo, los pacos irrumpiendo en tu casa y revolviendo todo, y una prisión que de antemano se sabe absurda, en un país que pena el cultivo solidario con hasta 15 años de prisión (lo mismo que un homicidio) pero que lleva a juicio menos del 1% de los casos. Lo que se dice plata fácil para policías, abogados y fiscales.

Charly intuye quien pudo haber sido el denunciante, pero resume la cuestión con su frase de cabecera: «Nunca falta alguien que sobra». La investigación incluyó drones que sobrevolaban el jardín de Daniel y que el hombre saludaba, a veces, agarrándose los huevos.

El 18 de marzo de 2018 lo detuvieron. La presión en favor de Daniel no fue el vacío, sino que cientos de personas se aparecieron en las puertas de la alcaldía de La Plata, donde estaba encerrado, para exigir su liberación.

Cuatro días después fue liberado. Esa misma noche le confesó a su nuera que estaba preparando «algo grande». Aunque nunca pudieron saber de qué se trataba.

Daniel comenzó un período de depuración personal, aunque sin aceite. La policía se había llevado decenas de copones de cogollos y goteros con medicina.

Su cuadro se agravó gracias a una tuberculosis adquirida durante la detención. Sus defensas y su ánimo se rindieron y el 31 de agosto falleció. Cientos de personas lo recordaron en redes sociales y El Quinto Elemento produjo un capítulo especial para explicar su detención, entender su silenciosa agonía y homenajearlo en su despedida. Su último deseo es que lo incautado sea donado a la facultad. Aún no se cumplió.

«A mi viejo le fallaron tres órganos: el Legislativo, el Ejecutivo y el Judicial. Y nos pueden matar a todos», lamenta Charly, y se propone: «Lo único que me importa es llevar a mi viejo a ser un héroe».

De mártir a héroe

Pero si la cepa no va a la academia, era la academia la que tenía que ir en búsqueda de la cepa. Y eso está ocurriendo.

«Quinto Elemento hay por todas partes, ya sea las flores, como las semillas y algún esqueje», asegura Charly, «incluso mi viejo la llevaba a competir con otros nombres a las copas, sólo para desafiar. él jugaba mucho».

Loza buscaba deconstruir el perfil típico del cultivador que por lo general es hombre, y utiliza a la marihuana como un objeto de competición, como si se tratase de una trucha recién pescada, en copas y competiciones. «Esto no se vende, se comparte. Como el conocimiento», dice al final de uno de los capítulos del Quinto Elemento.

El investigador Darío Andrinolo es quien dirige el proyecto «cannabis y salud», que se realiza en la facultad de Ciencias Exactas de la Universidad Nacional de La Plata, tiene el apoyo del Conicet y, como pocas veces en la historia, integra a dos ONG de cultivadores solidarios: El jardín del Unicornio, de Buenos Aires, y Asociación de Cultivo en Familia, de La Plata.

El proyecto tiene como objetivos cultivar plantas locales, también de ceparios internacionales y generar el conocimiento y desarrollo necesario para poder comenzar con la investigación en Argentina.

Hace algunas semanas fueron presentados los primeros resultados del análisis de tres Cepas Argentinas Terapéuticas (CAT). Una de ellas es la Quinto Elemento.

La cepa que en el laboratorio recibe el nombre de CAT 3 es alta en THC -uno de los componentes psicoactivos de la planta- y de momento ha demostrado un crecimiento mayor a las otras dos -20 centímetros por semana- y actividad genética en ambos alelos.

«La idea es estandarizarla, caracterizarla y que uno esté seguro de que cada esqueje nos provee una planta de determinadas características. El fin último es generar todo el conocimiento necesario para que el autocultivo y el cultivo solidario puedan ser viables incluso cuando haya medicamentos de las empresas farmacéuticas en las farmacias», determina Andrinolo.

Y opina: «Esas son lineas que tienen que correr en paralelo y no se tienen que anular. Una cosa es el crecimiento farmacológico con pastillas y aerosoles, incluso para la industria argentina que hoy se está perdiendo un negocio enorme, está ausente; pero por otro lado está el uso social de la planta que tampoco tendría porque ser reprimido o anulado por los productos».

«Una persona que tiene párkinson o artrosis, o aquel que tiene cáncer y le quedan uno o dos años de vida tiene todo el derecho de poder plantar en su casa y tener protocolos y plantas que le aseguren que el producto va a ser de calidad. A ese desarrollo le estamos poniendo fuerza», afirma.

Doble hermenéutica

Las organizaciones sociales que cultivaron en la clandestinidad le enseñaron a los científicos a cultivar. Incluso, les explicaron en forma sucesiva los pasos para cocinar el aceite. A cambio, los científicos advierten sobre errores. «Empezamos a protocolizar junto con los cultivadores».

El prohibicionismo también impidió a los cultivadores procesar e investigar grandes cantidades de flores. «Hay un proceso que tenemos que hacer, la academia y las organizaciones, de protocolizar no para que dejen de hacerlo sino para hacerlo de mejor manera», dice el investigador.

El resultado de ese intercambio será un documento que se presentará en el próximo Congreso de jóvenes investigadores en Brasil.

«La gente trabaja a ciegas por el prohibicionismo, que no sólo genera desabastecimiento del producto sino la incapacidad de generar el conocimiento necesario para que ese producto sea bueno. En otras palabras, te culpa por no saber lo que estás consumiendo pero, por otro lado, te impide bajo represión que sepas lo que estás consumiendo. Es un circuito que tenemos que romper», propone el científico.

En un futuro, el equipo ya conformado por dos investigadores, un becario y 17 alumnos incorporará biólogos moleculares para la caracterización de cepas, personal que permita purificar los cannabinoides, hacer estándares analíticos y destrabar por fin la ausencia del cannabis en la ciencia argentina.

«Cuando abrimos el proyecto de cannabis medicinal en 2016 era palabra prohibida», recuerda Darío, «hicimos una actividad y llenamos el aula magna de la facultad durante todo un día y fue un escándalo. Luego presentamos un proyecto de extensión académica avalado por 600 firmas. Ese proyecto entró porque la gente lo hizo entrar».

Indiferencia oficial

Los investigadores presentaron las solicitudes y permisos a la secretaría de Salud y al ministerio de Seguridad pero «sentimos que no saben qué hacer con nosotros», confiesa el hombre. «No nos pueden decir que no pero tampoco nos pueden decir que sí, entonces estamos en un limbo en el que por suerte recibimos el apoyo de otras instituciones científicas».

«En Argentina hay un problema entre legalidad y legitimidad, y el entendimiento de las autoridades de que la ley tiene que cubrir a las personas en la legalidad y no al revés; hoy la ley desprotege a las madres que cultivan para sus hijos autistas o epilépticos, o para los abuelos con fibromialgia, y el Estado argentino no es capaz de discriminar entre un narcotraficante y una persona que cultiva para su salud. Los investigadores nos sentimos discriminados, como si estuviéramos haciendo algo malo», reclama el científico.

La misma pelea tiene Charly, el hijo de Daniel, el encargado de convertir el carbón en diamante porque, como dice, su padre «tiene que ser un héroe y no un mártir».