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Puerto Williams, un mundo completamente desconocido

Cuesta llegar a la isla Navarino, uno de los puntos habitados más australes del planeta. Ubicada en las extremidades del continente americano, más abajo de la inmensa isla de Tierra del Fuego y en la ribera sur del Canal de Beagle, está el poblado de Puerto Williams, la única puerta para conocer el Cabo de Hornos, territorio patagónico escasamente visitado y aún no depredado por los intereses económicos o el avance de la modernidad.

Puerto Williams, fundada como urbe y reducto naval chileno en 1953, es un lugar para aventureros o perdidos. Ubicada en la ribera norte de la isla Navarino, su historia es larga. Hace más de seis mil años atrás se tiene noción de que los yaganes, el más austral de los pueblos originarios americanos, hizo de estos fríos canales su centro de vida.

Fueron notables navegantes, cazadores y recolectores marinos. Su vida, en libertad y en armonía con el medio ambiente, fue truncada con la llegada del hombre occidental a principios del siglo XIX. Enfermedades foráneas y asesinatos, diezmaron su población de la cual queda sólo una nonagenaria anciana de sangre pura y que conserva aún su idioma: Cristina Calderón.

Es difícil llegar a este mítico y recóndito punto de la desmembrada geografía insular patagónica. Las opciones son tres y cada una de las elecciones lleva dosis de aventuras, además de la posibilidad de vivenciar la naturaleza pródiga de este lugar de manera particular. Una avioneta de aerolíneas DAP sale desde Punta Arenas. El avión cruza toda la gran extensión de Tierra del Fuego y vuela sobre los picos nevados de la Cordillera de Darwin.

Se puede llegar navegando en ferry zarpando también desde la capital de la región de Magallanes. El barco de la naviera Austral Boom efectúa la travesía por los canales fueguinos, demorando 28 horas y con una salida semanal. El viaje es mítico, bordeando decenas de ventisqueros e islas ignotas.

La última alternativa es un pequeño bote que sale desde Ushuaia, al otro lado del Canal de Beagle. El «gomón» o zodiac, cruza el Canal de Beagle desde el lado argentino al chileno, en un viaje de media hora, que enfrenta a menudo ventoso y con grandes olas.

Lo más austral

Es en Ushuaia, precisamente, fue donde se apropiaron del título de ser la ciudad de «más austral» del fin del mundo. Sin embargo, es Williams con sus dos mil habitantes la que por geografía merece este turístico «honor». Bien entre comillas porque vivir aislado en estas postrimerías es duro. La temperatura media anual es de 6° Celsius y que el viento provoca que la sensación térmica cale los huesos. Lejano y frío. ¿Qué hace que desde milenios haya gente que quiera estar acá?

La respuesta se hace obvia cuando se pone un pie sobre la portentosa naturaleza de la isla Navarino. Carente de grandes invasiones humanas, surge como la debieron haber visto siempre los canoeros yaganes durante generaciones: montañas que asemejan afilados dientes de un gigante pétreo y cuyas laderas están cubiertas por enormes bosques verdes que besan el mar ventoso y encabronado.

El influjo de estas tierras aún salvajes y su patrimonio ecológico provocó que, la Navarino y un vasto territorio más, fueran nombradas como Reserva de la Biosfera por parte de la Unesco el año 2005. Son 4.9 millones de hectáreas, que la convierten en la reserva más grande de América del Sur, la primera en conservar sistemas terrestres y marinos al mismo tiempo, y la única en Chile que incluye a los poblamientos como parte de la declaratoria. Los humanos son aún bienvenidos en esta latitud. La isla posee uno de los escasos bosques templados no fragmentados del mundo y bajo el mar cuenta con extensos bosques de huiros. El potencial ecosistémico de esta zona es aún desconocido.

Un collage de otro mundo

En la plaza de Puerto Williams pacen algunos caballos, mientras las familias caminan rumbo a sus hogares para almorzar en sencillas viviendas que desde sus tejados despiden humo de las chimeneas. Pasado el mediodía, las calles de tierra se vuelven un poco más activas. Muchos más 4×4 de los que uno pensaría para un pueblo chico, van y vienen a lenta velocidad. Todo el mundo se saluda y los foráneos se notan de inmediato.

La zona céntrica posee una arquitectura más bien básica. Casas amplias, con paredes de latones coloridos, corresponde a un sector del centro cívico; el otro es una zona más ordenada y con casas pintadas de blanco: el barrio de los marinos. Estas dos almas conviven acá hace más de seis décadas. Hay una tercera alma, la principal y más antigua, y que está en Villa Ukika, el barrio yagán, distante a dos kilómetros al oriente.

En el centro, junto al correo, un banco con cajero automático, pequeñas tiendas y una placita, aparece también una proa de barco, cortada como si fuera una nariz gigante de metal. Se trata de del Escampavía Yelcho, embarcación que protagonizó una de las grandes historias de la marinería mundial. Fue en agosto de 1916 cuando este barco comandado por el piloto Luis Alberto Pardo, consiguió rescatar a la tripulación del bergantín Endurance, cuyo capitán era el afamado Sir Ernest Shackleton, y que encallaron entre hielos antárticos resistiendo vivos durante casi ocho meses. Pardo logró la hazaña del rescate maniobrando magistralmente la pequeña embarcación.

Historias marineras o leyendas de este estilo hay varias y se pueden saborear de los labios de sus amables habitantes que van desde buscadores de tesoros en las islas colindantes, panaderos venidos del norte (acá todo es el norte), guías de turismo que indican los mejores lugares para hacer caminatas o los pescadores que vuelven de sus faenas en la caleta.

La fuente más segura para conocer el pasado isleño es el notable Museo Martín Gusinde. Lugar que concentra toda la historia antropológica del Cabo de Hornos y una explicativa introducción a la cosmovisión de los yaganes. Una reproducción de una gran canoa yagán cuelga desde el techo, rememorando a esta cultura que sigue aún bien viva en Villa Ukika.

Ukika

Hasta casi sin derecho a ver el mar estuvieron a punto de quedar los setenta habitantes herederos de la cultura yagán que viven en Ukika. Fue el año pasado cuando la comunidad originaria, con Cristina Calderón -la última habitante 100% yagán-, hicieron varias protestas por un horrendo muro de concreto que vialidad estaba levantando y que les quitaría la vista directa al océano, la cuna de su cultura.

La pequeña villa, creada a mediados del 1950, trasladándose a este punto a las últimas familias originarias provenientes de la bahía de Mejillones, venció y aún logra ver el Pacífico. La localidad consta de una serie de casas de madera, cercadas por bellos bosques de lengas, ñires y cristalinos manantiales. Es la única tierra que les queda. Al interior del puntiagudo centro cultural «Kipa Akar» -Casa de la Mujer- se puede conocer su historia más directamente o adquirir artesanías manufacturadas por los locales como canastos de fibra o pequeñas canoas.

Hay que ser respetuoso. Las fotografías deben ser solicitadas. Siempre es bueno presentarse y conversar antes de dedicarse a retratar cualquier cosa acá. La sensibilidad es fuerte dentro de este pueblo que fue invadido, diezmado y cuya lengua original casi ha desaparecido. La abuela Cristina, que cumplió 91 años, es la única hablante del yagán, idioma compuesto por 32.400 vocablos. Cuando ella muera, se irá toda una sabiduría oral y de vida, que supo convivir con estos paisajes durante milenios.

Tierra de Aventuras

Puerto Williams tiene decenas de perros salvajes. Son los que han traído consigo los marinos o pobladores que, cuando se van, los dejan a su suerte. Ese es el principal peligro que hay para los caminantes de la Navarino, ya que cuando se «bagualizan» y tienen hambre, las pandillas de canes son capaces de comer lo que sea.

Ese es la principal precaución que se da antes de efectuar el más afamado trekking de la zona: el circuito a los Dientes de Navarino, travesía que tiene como objetivo principal llegar a los faldeos de las afiladas cimas -esas que parecen una boca a punto de mascar el cielo- y que llegan sobre los mil metros de altura. Son 42 kilómetros de montañas que se logra hacer en tres jornadas, entre escarpadas laderas con bosques de largas y viejos bosques de lengas.

En la ruta se puede hacer cumbre en el monte Bettinelli, de 880 metros de altura, recomendable en días despejados cuando se alcanza a divisar hacia el norte la cordillera de Darwin en Tierra del Fuego o las islas Wollaston hacia el sur. También se puede descender a la ribera del encajonado lago Windhond e intentar pescar alguna trucha. No hay sectores de camping o servicios por lo que caminar acá -entre nieve, turba o barro- requiere extremar los cuidados.

La caminata al cerro «Bandera», la primera parte del circuito de los Dientes, es una buena posibilidad para desgastarse menos con el azote del clima haciendo trekking de un solo día. Desde su cima, marcada por una gran bandera chilena que flamea ante el viento incesante, se puede ver con detalle la geografía del canal de Beagle, la ciudad de Ushuaia y la isla Gable. Pocos lugares en Chile deben tener vista tan perfecta a un país vecino. Hacia el sur hay buenas panorámicas de los Dientes y hacia abajo un añoso bosque de lengas que resuenan y chillan como puertas, ante el viento imperante.

Otro punto para caminar, pero más en cámara lenta, es el parque Etnobotánico Omora. Ubicado en las riberas del río Róbalo, a cuatro kilómetros al oeste de Puerto Williams, es custodiado por la Fundación Omora y la Universidad de Magallanes. Es un lugar para mirar con lupa. No es una licencia narrativa, es de verdad un sitio para andar con una lente de aumento en mano, que ayudará a conocer uno de los secretos de la riqueza botánica de Navarino: sus líquenes, musgos y hepáticas.

Los estudios realizados durante la última década revelan que este tipo de flora cataloga al parque como un «Amazonas en miniatura». La lupa aproxima al ojo algo que antes permanecía invisible: un bosque en miniatura con formas y colores propios, en que un guía ayudará a determinar qué es qué.

La importancia de este tipo de flora es aún desconocida. Lo que se cuenta acá es que muchos medicamentos salen de los componentes de estos musgos que, también son los primeros colonizadores del territorio cuando los glaciares retroceden y que se transforman en la génesis de lo que será un futuro gran bosque magallánico.

Puerto Williams es la puerta de un reino desconocido y, también, el último fondeadero de los veleros que cruzan el Mar de Oces rumbo a la isla Cabo de Hornos, último punto de tierra del continente y límite con el océano que separa a América de la Antártida.

En el Club de Yates Micalvi, hay un antiguo buque carguero que ahora oficia como bar. Es un sitio mítico, lleno de historias de navegantes de todas épocas y edades, lugar de descanso antes de nuevas travesías y sitio donde muchos han decidido quedarse en Williams y amarrar la nave para siempre. Algo tiene este pueblo que se queda en la retina y el alma. Algo que fue tan poderoso como para que el pueblo Yagán decidiera hace milenios quedarse acá y hacer de los hielos, vientos huracanados y frías aguas, su propio paraíso.