Por Carolina Henríquez / Ilustración por Wladimir González – www.flickr.com/__tinte
Relato subjetivo aparecido en la Edición 68 de la Revista Cáñamo
Por esas cosas de la vida, me cayó del cielo un éxtasis perfectamente envuelto en una boleta.
Sabía que ninguno de mis amigos me iba a querer acompañar, incluso más de alguno me iba a reprochar la idea, así que lo guardé y no le conté a nadie. Luego de meses de tenerlo en mi velador, conocí al copiloto perfecto, que ya lo había probado antes y que me hablaba puras maravillas.Entonces, le dije a este más -que- sólo amigos que nos tomáramos el famoso equis a medias. Con mucho cuidado lo partió por la mitad. Yo me tomé la más grande. Nos acostamos en mi cama a ver tele, esperando.Había pasado media hora y él ya tenía las pupilas dilatadas y se tocaba la cara con manos sudorosas, yo comencé a transpirar como loca, sentía los ojos gigantes y tenía el cuerpo extremadamente caliente.Me comenzó a invadir un -no hay mejor palabra para describirlo- éxtasis constante. Euforia leve, pero total. La notaba en mis brazos, mis piernas, mi pecho, mi estómago. En mis manos, mis pies y todos mis órganos. Me fui a mirar al espejo, y ahí estaba: un yo completamente fuera de sí, pero muy dentro y muy propio al mismo tiempo. Y era suave, nada fuerte, lo justo y necesario como para disfrutarlo. Le dije “necesito salir de esta pieza”. Me puse unas chalas, un vestido, y salimos a caminar, con las pupilas dilatadas a más no poder, pasamos por los rayos de sol que se asomaban entre las sombras de los árboles. Nos sentamos en el pasto a sentir el fresco sabor de un helado de menta, rodeados de flores en una plaza, viendo cómo varios loros se creían palomas comiendo del suelo. Perdimos la noción del tiempo y volvimos a mi departamento. Fui a la terraza y me apoyé contra el muro mientras fumaba un cigarro, recuerdo nunca haber estado tan cómoda. Él se acercó y comenzamos a besarnos, y ahí lo sentí más que nunca. Éxtasis. Placer. Los mejores besos de mi vida. Los más suaves, los más placenteros, los mejores labios. Los mezclamos con helado, y la sensación era increíble, difícil de escribir y describir. Nos fuimos a mi pieza, nos desnudamos, nos tocamos, nos abrazamos, nos sentimos, nos besamos, y nos tocamos aún más. Después, el sexo. El famoso sexo con éxtasis. ¿Qué puedo decir? ¿Será necesario ser específica? A esas alturas, después de un tiempo juntos, confiábamos plenamente en nuestros cuerpos. Creo que no miento al decir que son los mejores orgasmos que he tenido. Estaba completamente perdida en el placer que me invadía al sentir su cuerpo. Su lengua en mi cuello, sus manos en mi pecho, mis piernas alrededor de su espalda, sus gemidos y los míos, su calor, sus ojos, mi boca junto a la suya. Todo era perfecto. No sé cuánto tiempo estuvimos así. Sólo sé que después de terminar, apenas alcancé a fumarme un cigarro antes de comenzar de nuevo. Y una vez más lo mismo. Un orgasmo, dos, tres… Creo que todo el edificio se enteró de que en ese departamento alguien lo estaba pasando mejor que nadie. No sé. Nada me importaba. Sólo ese momento. No recuerdo cuándo comenzó a irse el efecto, sólo que ya era de noche. Él se acostó y yo me senté frente a él. Nos mirábamos, incrédulos, tratando de asimilar la realidad, pero sin querer volver a ella. Nos fumamos un pito y ahí lo sentí por última vez. Ese calor perfecto, mis brazos que abrazaban mis piernas, desnuda sobre la cama, empequeñecida y grande al mismo tiempo, sintiendo el humo entre mis dedos, saliendo de mis labios, rozándome la cara, mientras veía cómo él me miraba y gozaba con mi euforia. Con o sin equis, no podíamos dejar de disfrutarnos. Seguimos así toda la noche. Teniendo sexo y viendo La Guerra de las Galaxias hasta las 7am. Lo hicimos una última vez antes de quedarnos dormidos con los primeros rayos de sol, felices después de tamaño fin de semana. Más tarde, al despertar, no podíamos dejar de sonreír.