Marcelo Escobar: Hay una proliferación de «ilustradores» con mas ganas que talento
Marcelo Escobar, mes a mes, ilustra la que es una de las secciones más antiguas de la revista Cáñamo: el Relato Subjetivo. Ahí nuestros lectores dan rienda suelta a sus historias y Marcelo les da ese toque necesario para que esas voladas se materialicen en una imagen.
Por Equipo Cáñamo
¿Cuánto de esos dibujos que hacías en el colegio hay en tus actuales ilustraciones?
Poco
queda de esos primeros monos (afortunadamente), puede ser algún guiño
de la memoria, una muletilla gráfica inconsciente que no he logrado
extirpar del todo, un leve saludo a ese pálido pasado expresado en la
curva de una oreja, en la ventanilla de las narices, pero creo que poco
queda. Al mismo tiempo es reconfortante saber que la mano cambia, que el
esfuerzo y el trabajo persistente rinde frutos, no solo en la forma de
guiar la línea, si no también, y muy importante, en la manera de pensar
el dibujo.
Leer para ilustrar, ¿cómo es ese ejercicio?
He
sido un lector impenitente desde años, tengo el vicio impune de las
relecturas, me considero un gozador narrativo y lírico, un devorador de
libros pantagruélico, y un esforzado obrero de la palabra. Descubrí en
ese juego las llaves de la imaginación. Escribir es dibujar, es imaginar
y crear pequeños mundos con las palabras, tal como los dibujantes
diseñamos pequeños mundos con el lápiz sobre una hoja en blanco. El
resultado de leer, de saltar de un texto al otro con placer, deviene en
una suerte de instinto, de un sentido adiestrado que es capaz de
descubrir entre la maraña de palabras en una página, una perla original.
Hace 8 años recibiste el premio Amster-Coré por el libro «Mito del Reyno de Chile», ¿qué crees que tiene este libro que logró tal distinción?
Antes
era más difícil y caro producir un libro de esa calidad. Con Marcelo
Baeza veníamos del mundo de las imprentas, sabíamos de papeles, de
barnices, de folias y relieves, de colores especiales y de casi
cualquier sutileza técnica, pero también conocíamos la sobriedad. El
libro es el resultado de conocimientos técnicos, gráficos y estilistas.
Tipografías cuidadosamente escogidas para el cuerpo de texto y los
títulos, de ensayos de lectura, de capitulares creados a mano, de una
caja delimitadora del texto elegante y espaciosa, de guardas en papel
kraft, de una paleta de colores ocres. Las ilustraciones estaban
delimitadas por una caja irregular y con barniz opaco, cada texto
remataba en una pequeña ilustración que funcionaba como un sello.
Resumiendo, usamos con discreción las lecciones de Mauricio Amster,
incluidos un elegante colofón y el diseño cuidadoso en cada página,
hasta el índice en un formato grande y cuadrado.
En algunas entrevistas has comentado la influencia de la lira popular ¿Podrías ahondar en esa referencia?
En su periodo de mayor auge, la Lira Popular (que debe su nombre a la socarronería del ciego Peralta, uno de los más autorizados «puetas», como contraparte a la más culta Lira Chilena, impresa en litografía y con la colaboración de poetas de renombre) alcanzó fama y no había cantina o cocinería que no estuviera empapelada con esos sucios pliego de poesía popular. Ahí se versifica en una estructura proveniente del castellano antiguo , las décimas, el sentir, el palpitar de las clases desposeídas. Pronto esos pliegos se fueron adornando con unos rústicos grabados que los mismos «puetas» tallaban en toscas maderas y que se transformaron en la expresión gráfica mas asociada a la tradición de los pliegos de cordel, un dibujo del alma chilena a fines del siglo XIX.
Para
algunas ilustraciones del Mito del Reyno de Chile, modernicé esta
grafica vernácula, particularmente en relatos asociados a la época, y
que hablaban de matanzas, asesinatos o duelos a cuchilladas. Un homenaje
a una forma gráfica que aún pervive en la memoria de algunos y que se
niega a desaparecer, sobre todo en algunos lugares y bares del puerto.
Durante varios años has ilustrado los relatos subjetivos que envían los
lectores de la revista Cáñamo.
¿Tienes el recuerdo de alguna de esas historias que te haya parecido particularmente entretenida de ilustrar?
Me he sorprendido gratamente con algunas cartas, que además de bien redactadas contienen humor y personalidad propia. Me gusta mucho el uso calculado del lenguaje coloquial entremezclado con citas cultas, las prefiero a algunas cartas en que se evidencia un pie forzado, un intento poco exitoso por aparentar cultura, y que resultan salpicadas de frases rimbombantes y palabras demasiado pretensiosas.
Las dosis combinadas de lenguaje vulgar y refinado, son a mi gusto, una mezcla que sugiere inmediatamente un alto contenido de sarcasmo, que me parece la mejor forma de humor.
Recuerdo un texto sobre un cocinero Boliviano en un carrete, me pareció «Breakingbadesco».
Otro
que vale la pena recordar y que contenía esa mezcla entre vulgaridad y
sofisticación literaria digamos, era un delirante relato sobre un menage
a troi en un telo de mala muerte, algo entre un dealer picante y unas
atorrantas de pobla, surrealismo de bajo mundo redactado sin
aspiraciones estéticas pero con bastante honestidad.
Hace poco fuiste invitado a Italia, específicamente a la feria de Bolonia a presentar tus nuevos libros ¿Nos podrías contar un poco sobre ellos?
Fui invitado a la feria de Bolonia gracias a mis dos libros más recientes: «Paloma Ururi» editado por Pehuén y en el que por primera vez me atrevo a escribir una historia para niños, una novelita breve que relata el viaje de una niña aymara, que vive en Parinacota y debe atravesar Chile hasta Magallanes en busca de la curación para su abuelo enfermo. En el viaje es asistida por varios personajes que tienen una extraña y sorprendente relación en común con el abuelo. Bellamente ilustrado por mi colega Paula Bustamante, una de las grandes dibujantes de la escena actual.
El otro es «Sábados» escrito por la destacada María José Ferrada y editado por Ekaré Sur. Narra la historia de Miguel, un niño de Valparaíso y su padre, ambos cantores populares que recorren los bares y fuentes de soda del puerto tocando sus canciones, y que se alternan con los sueños del niño, que cada sábado espera ver llegar a su padre. En este libro voy como ilustrador, y fue un verdadero placer recrear a mi manera, y dirigido por los textos de María José, mi visión de un Valparaíso bohemio y sentimental.
Bolonia es la feria más importante de libros para niños en el mundo, un espacio del tamaño de un aeropuerto donde se dan cita ilustradores y editores de todo el mundo.
Como parte de la delegación tuvimos varias actividades, dos exposiciones en la ciudad con una mirada a lo que hacemos en Chile, «Panorama Latino». Y la premiación del libro «La playa» como mejor opera prima en esta versión de la feria y que fue ilustrado por nuestra querida colega Sol Undurraga.
Puede ser abrumador ver toneladas de libros de impecable factura, legiones de dibujantes de un nivel que puede deprimir, pero la oportunidad de ver ese trabajo es inspirador y alienta a seguir trabajando para alcanzar esos niveles. Creo firmemente que la presencia de Chile se hace cada año más necesaria y contundente, que la construcción de un oficio como el de hacer libros para niños va bien encaminado, pero que puede mejorar si está bien dirigido y se hace un esfuerzo por fortalecer la industria y elevar la calidad.
Hay
muchos buenos dibujantes escondidos, gente valiosa que merece la
oportunidad de mostrar su trabajo, que ayuden a definir un modo de
trabajo, una escuela, una forma inconfundible de identidad estética,
que nos separe del resto. Ese es en mi sencilla opinión el trabajo más
importante que tenemos por delante.
Por último, las ilustraciones van muy de la mano del humor gráfico ¿cómo ves esa suerte de dominio de lo políticamente correcto que está imperando en el humor gráfico?
Creo que en este punto los términos ilustración y humor grafico se divorcian, se distancian y obligan a tomar posición. La palabra ilustración es algo que me ha costado definir y entender en su complejidad, y que en Chile se ha entendido en una forma que no creo sea la más correcta.
En estos ocho años en que he ido formándome bajo esa definición, siempre había algo que no encajaba, que no lograba entender, que quizás se desvirtuaba del verdadero concepto, o de lo que uno esperaba. Una proliferación de «ilustradores» con mas ganas que talento, un mercadeo sin criterio y donde todo «es lindo», una banalización del oficio sumado a una pedantería, a cierto ego un poco desmedido. He escuchado y leído declaraciones al respecto, que me dejaban más perplejo: «No es necesario ser un buen dibujante para ilustrar», «El ilustrador debe saber venderse», «en la ilustración lo que cuenta es la historia», y otras frases por el estilo.
Ilustración y dibujo en Chile, parecen ser dos mundos contrapuestos, al menos en apariencia. En el primero es válida la falta de destreza en el dibujo, y se complementa con otros aspectos más relacionados al diseño gráfico, como la composición y el uso del color, y que tiene en ese sentido verdaderos artistas que han sabido crear un trabajo de indiscutible belleza, de una originalidad y sensibilidad sin contrapunto. Pero han dado pie a infinidad de malos plagiadores a los que no les importa y no les preocupa dibujar y que en ese sentido no pueden transitar por los caminos del dibujante y quedan aislados entonces en las fronteras de la «ilustración».
En cambio, el dibujante puede realizar su obra con tranquilidad bajo esa definición, seguir interpretando a base de trazos el mundo que lo rodea, pero provisto de la principal herramienta, la definitoria, el dibujo. Y puede cruzar sin problemas al mundo de la ilustración, del comic, del humor gráfico, de la literatura infantil, del afiche y de cualquier actividad creativa que requiera esa destreza.
Respecto al humor gráfico, teniendo lo anterior en claro, siempre he valorado el aspecto estético, la calidad del dibujo, su originalidad y personalidad, que sumados a un buen argumento representan para mi un verdadero goce. En Chile hay buenos, muy buenos representantes de humor gráfico, de sátira política, atrevidos e ingeniosos. Probablemente influenciados por la excelente escuela que dejaron los maestros de una larga tradición en el humor gráfico chileno, y que se remonta hasta los tiempos de Juan Rafael Allende, en los tiempos de Balmaceda y la Lira Popular. Y hay otros que no logran cuajar el dibujo con el mensaje, que cojean, pero que a mi entender, lograran en un tiempo corto conseguir a base de constancia, la perfecta unión entre el trazo y el ingenio.