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Las salmoneras no son bienvenidas en el fin del mundo

Una fuerte campaña de la sociedad civil intenta detener la instalación de salmoneras en pleno Canal de Beagle, uno de los ecosistemas más prístinos del mundo, y también más amenazados.

Por Ramiro Barreiro, desde Buenos Aires.

Dame, dame, dame
Un poco de tu amor
Yo a cambio te ofrezco
Una montaña de horror

Andrés Calamaro. Salmón.

Tras toda una vida de explotación (y resistencia) en Chile, los mismos capitales noruegos que ven impedida la producción de salmón industrial en su país, ahora apuntan a hacerlo en la provincia argentina de Tierra del Fuego.

Sin medir consecuencias, las firmas ya señalaron, con apoyo logístico y económico del gobierno provincial, los lugares más aptos para el despliegue de los enormes y problemáticos piletones, que miden lo mismo que un campo de fútbol, tienen una profundidad inversa a un edificio de cinco pisos y conllevan un alto riesgo medioambiental, por la posibilidad de mareas tóxicas y disminución de la biodiversidad autóctona.

Desde la legislatura provincial presentaron un proyecto que intenta detener la salmonicultura en Tierra del Fuego y requiere la intervención de la Cancillería Argentina para que inicie acciones diplomáticas y de vigilancia a la República de Chile. Pero, si bien el problema nació en Chile, trasciende los límites nacionales.

«Es un excelente primer paso que refleja la presión de la comunidad, científicos, chef de la ciudad y muchas organizaciones que rechazan la salmonicultura en Ushuaia. Sin embargo, las aguas del canal aún están desprotegidas. Por eso, exigimos la sanción de una ley provincial que avance en la misma línea y así se le cierre la puerta a esta nefasta industria en el Canal de Beagle y toda Tierra del Fuego», sostuvo Estefanía González, coordinadora de campañas de océanos en Greenpeace.

«No me excita cagar en el mar»

Chile es el segundo productor mundial de truchas y salmones con 791.000 toneladas producidas en el 2017. Así, posee una vasta experiencia en el abordaje de los severos problemas ambientales y sanitarios que ocurrieron en más de 30 años de desarrollo del sector.

La actividad salmoacuícola ha ocupado los fiordos de la Patagonia chilena desde el norte, en la Región de Los Lagos, para luego avanzar a la Región de Aysén y, finalmente, a Magallanes, vecina a la provincia argentina de Tierra del Fuego.

Los centros de cultivo se han ubicado en zonas de alto valor ecológico y gran fragilidad, incluso en reservas nacionales pertenecientes al Sistema Nacional de áreas Silvestres Protegidas de Chile, y en áreas que han pertenecido desde tiempos ancestrales a pueblos indígenas. En todos lados tuvieron problemas.

El cultivo intensivo de salmónidos ha tenido un alto costo ambiental en la Patagonia chilena y, en general, en los países que lideran su producción en el mundo como Noruega, Canadá, Irlanda y Escocia, pero con un agravante especial en países como Chile, o Argentina: la calidad de especie exótica de los salmónidos conlleva impactos diferenciales a los de la práctica en regiones en las que las especies son nativas.

El prontuario industrial es contundente y demuestra que el verdadero objetivo de las corporaciones no es dar trabajo (apenas 40.000 plazas en un país de 18 millones de habitantes) ni superar la pobreza (las regiones en las que se instalaron son las más empobrecidas del país).

«Buscan tomar un ecosistema prístino, ensuciarlo completamente para llevarse la ganancia y dejar el daño ambiental en ese lugar», resume Estefanía a Cáñamo.

La actividad llegó a su apogeo en el año 2000, y desde ahí todo fue desastroso. Entre los episodios más recordados está el de 2007, cuando los especímenes criados fueron afectados con el virus ISA y empezaron a morir; o el de principios de 2016, cuando murieron toneladas de salmones en todos los centros de cultivo. Datos oficiales hablaron de 37.000 toneladas, aunque muchos no fueron contabilizados.

El daño se convirtió en fatalidad cuando el entonces gobierno de Michelle Bachellet (aunque el conflicto atraviesa a todos los presidentes) autorizó a tirar cerca de 9.000 toneladas de salmones al mar, a 70 kilómetros de la costa. Y fue peor cuando entre abril y mayo todas las costas de Chiloé fueron ocupadas por peces muertos y los mares sufrieron un un fenómeno de mareas rojas. Por acción residual también murieron cientos de aves y mamíferos.

En diciembre pasado, una gran fuga de salmones también tuvo lugar en Chiloé que la empresa responsable, Productos del Mar Ventisqueros S.A. definió como un «evento de marea y corrientes completamente excepcional e imposible de prever», contingencia que habría generado «daños en las estructuras y jaulas». Al menos 26.000 salmones se perdieron por las aguas.

Como indica la lógica: si un accidente se repite con frecuencia, ya no es un accidente.

«Reservé por ahí una gran suite»

Las corporaciones decidieron mudarse a la región de Magallanes y al Cabo de Hornos. La firma Nova Austral se instaló cerca de Puerto Williams un conjunto de jaulas en enero de este año. Para ello se valió de unas viejas concesiones, de 2005, que nadie había utilizado y que son ilegítimas por extemporáneas y por no tener una evaluación medioambiental actualizada.

La empresa, incluso, llegó a operar dentro de los terrenos de Parques Nacionales.

La presión popular hizo que el Servicio Nacional de Pesca chileno reconociera la ilegalidad de las concesiones entregadas a la empresa Nova Austral para instalar 138 jaulas con salmones en Puerto Williams.

Sin embargo, algunas de las jaulas siguen allí, vacías, generando una gran contaminación visual en uno de los entornos turísticos más elegidos del continente.

Entonces, y con la actividad detenida en Chile, van por Argentina.

«Si es rápido y es gratis, entonces why not?»

En su última visita al Cono Sur los reyes de Noruega participaron en banquetes y reuniones, se tomaron fotografías con los presidentes de Chile y Argentina y firmaron numerosos documentos junto a ellos. Especialmente con Mauricio Macri, un verdadero lobo hambriento de inversiones que disimulen su pésima gestión económica en su primer ¿y único? mandato como presidente.

Entre esos convenios hay uno que participa a la firma Innovation Norway y a la secretaría de agroindustria de Argentina, «para la promoción de inversiones y comercio internacional».

Eufemismos aparte, el documento al que tuvo acceso Cáñamo son los términos y condiciones para desarrollar «programas de acuicultura en la Provincia de Tierra del Fuego, Antártida e Islas del Atántico Sur» y que ordena una «exploración de capacidad de carga y posibles sitios para el desarrollo de la acuicultura». Exploración que a las empresas le salió gratis, la provincia aportó 75.000 dólares y una embarcación. El mapa que señala esos lugares acompaña este artículo.

Desde la secretaría reconocen que durante el segundo semestre de 2018 se realizó un estudio liderado por especialistas argentinos y noruegos para evaluar las condiciones de algunas zonas de la provincia, pero indicaron que es competencia de la provincia, aunque dejaron entrever que los proyectos «no prosperarían».

«Siempre seguí la misma dirección, la difícil la que usa el salmón»

Las fugas de salmones son una de las imágenes más repetidas en los documentales sobre naturaleza. Los brillantes especímenes saltando en contra de la corriente y siendo sorprendidos por un oso preparado para almorzar es ya un lugar común entre los documentalistas.

Pero las fugas no son el único riesgo. El foro para la conservación del Mar Patagónico y áreas de influencia detalló en un documento los posibles daños como el abuso de antibióticos, antiparasitarios y otras sustancias químicas por parte de las empresas; la introducción y propagación de enfermedades y de sus agentes causales; la acumulación de residuos sólidos y líquidos en el fondo marino, derivada de los alimentos no consumidos, materia fecal y mortalidad de los salmónidos; los desechos industriales que las empresas han dejado en los fiordos, como jaulas abandonadas, plásticos, boyas, cabos, etc.; la presión pesquera sobre especies silvestres usadas para harina y aceite de pescado que acaban como alimento de salmónidos; y las interacciones negativas directas e indirectas con mamíferos marinos y aves, algunas de estas especies con estados de conservación delicados.

Claro que la producción puede salir bien. En ese caso, también hay riesgos. La diferencia entre un salmón pescado en forma artesanal con uno de criadero es abismal. Según informes de la revista Science, los salmones de criadero pueden tener altos contenidos de dioxinas, compuestos químicos con elevada toxicidad que van acumulándose en los tejidos y a largo plazo pueden producir cáncer, defectos de nacimiento, reducción en la fertilidad y cambios en el sistema inmunológico.

«Quiero arreglar todo lo que hice mal, todo lo que escondí hasta de mí»

Lino Adilon lleva 37 años viviendo en Ushuaia. Allí instaló su restaurante Volver, uno de los más antiguos y condecorado por su trayectoria. Lo que se dice un clásico de la ciudad.

«Durante 28 años cociné y serví salmón en mi restaurante», certifica, «era el plato que más vendía».

«El salmón aparece como plato en Japón en la década del 80, donde los cocineros más mediáticos lograron imponerlo como imagen», cuenta, «y fue introducido en la Patagonia con fines deportivos por la gobernación en el año 1977, aunque no prosperó».

Colegas chilenos alertaron hace muchos años a Adilon sobre los perjuicios de la industria del salmón, sin embargo, y al mismo tiempo en que luchaba contra la instalación de jaulones en el canal, seguía ofreciendo el plato en su comercio.

«Por un lado peleaba para que no pongan una jaula en el mar pero por otro lado vendía salmón en mi restaurante Volver, incluso tuve peleas con mis colegas porque me planteaban la contradicción», recuerda. «Primero di la pelea por las jaulas y luego saqué el producto de la carta. Hoy en el menú figura con un término muy amigable: ‘salmón suspendido’. Solo vendo cuando lo consigo en forma artesanal».

«Hay una tendencia muy creciente a rechazar estos proyectos. Para nosotros es como si pusieran una estación nuclear y no necesitamos trabajo, los recursos naturales son la fuente de nuestra naturaleza. No vamos a destruir el planeta para que cuatro modernos se hagan los fashion comiendo un pescado con un color artificial», concluye.

Algo similar piensa Diana Méndez, quien tiene 48 años y lleva 10 pescando centollas y centollones.

«Tenemos un canal prístino y no podemos permitir la instalación de las salmoneras por una razón muy importante: la modificación del sistema existente en este momento. Todos los desechos de los salmones irían al fondo del mar y ahí hay recursos naturales que forman parte de una cadena que genera un equilibrio en el medio ambiente», describe.

Y cierra: «Esos recursos que hoy se sacan en pequeñas cantidades van a parar a las mesas de los fueguinos y son recursos sanos y saludables. El perjuicio es bastante amplio, para el ecosistema mismo, pero también para los seres humanos».