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Las mil vidas de Alipio Vera

Ha estado en la televisión desde que se iniciaron sus primeras transmisiones, fundó el mítico programa Informe Especial, cubrió los horrores de las guerras alrededor del mundo y cuando se cansó de ello, se metió de cabeza en el Chile profundo descubriendo historias de seres anónimos con vidas excepcionales. «Yo soy un servidor de la gente», confiesa el Premio Nacional de Periodismo del año 2013 y que de manera surreal tiene un glaciar patagónico bautizado en su honor.

Por: Jorge López Orozco

La voz de Alipio Vera es inconfundible. Es su sello. Una característica que trae reminiscencias de una televisión prendida en la que su narración acompaña imágenes de pescadores, arrieros o seres perdidos en un Chile absolutamente rural o en poblados cuyos nombres son apenas sabidos. Alipio Vera, con 73 años, ha vivido mucho y lo ha hecho para contarlo.

Desde hace un par de décadas, Alipio trepa por el alma de Chile. Sin estridencias, primeros planos en su rostro o risotadas chillonas. Lo suyo se parece más al sastre que trabaja silencioso y que entreteje un arte sencillo y certero. Huele a la misma humildad que tienen sus entrevistados con los que se da el tiempo para conversar y tomar un tecito o un mate, antes de prender la cámara para rodar uno más del enorme número de reportajes hechos a su haber y que actualmente se difunden en «Orillas del Río», un programa del Mega que se transmite en el infame horario de las 9 AM los sábados y domingos.

En tiempos de que todo es un clic, un retweet o un like, la factura de sus programas pareciera remar a contracorriente, pero que, sin embargo, ha sido coronada con un continuo éxito que lo ha mantenido siempre presente en un medio tan caprichoso y lleno de egos como es la televisión.

Su historia no es una sola, son muchas. Está la del niño provinciano e hijo de campesinos que se supera a sí mismo e ingresa a estudiar periodismo a la Universidad de Chile. La del provinciano en Santiago que gana dinero instalando antenas de TV en los techos, sin saber que luego sería parte de la génesis de Televisión Nacional. O la del periodista que formó «Informe Especial», uno de los equipos de investigación televisiva más afamado y que se las ingenió para funcionar en tiempos que la censura pinochetista lo era todo. O la del hombre que vio al último fusilado del país o que hizo el primer programa que hablaba del SIDA en 1985.

De la Guerra a la Paz

«Hay que tener el cuero duro para que los dolores del mundo no te pasen hasta el alma», dice Alipio Vera en un salón del Hotel Open, en Quillota, a mediados de octubre. El periodista anda grabando un documental de esta ciudad de la región de Valparaíso que se auto considera como uno de los más felices de Chile (ver Cáñamo N° 137), cuando nos da un tiempo para hablar con él.

Su voz inunda el cuarto mientras relata la época en que como periodista de Informe Especial fue a cubrir las guerras de Nicaragua, la ex Yugoslavia, Afganistán o Ruanda entre las décadas de los ’80 y ’90. Junto con otros próceres del periodismo como Santiago Pavlovic, Guillermo Muñoz, Marcelo Araya y Patricio Caldichoury, habían decidido que para hablar de los temas había que estar en los lugares. Y ese lugar para Vera, fueron los conflictos bélicos. Las anécdotas se disparan como si fueran balas fantasmas que Alipio aún carga consigo: «yo en realidad nunca tuve miedo, nunca he tenido miedo, pero sí, uno pasa por situaciones muy muy riesgosas: yo he estado preso en el extranjero, retenido otras veces, en países en situación de guerra. Amenazados con metralletas, con un corvo en Yugoslavia, hemos pasado por muchas situaciones difíciles».

Cuenta de cuando estuvieron en Nicaragua en el medio de un enfrentamiento entre sandinistas y somosistas, tirados contra el piso, mientras que Alejandro Leal, su camarógrafo, se mantenía en pie y decía con aplomo: «si me llega, me llega. Yo sigo grabando». En 1994, sin embargo, su humanidad se sacudió al cubrir el genocidio de Ruanda, cuando en menos de tres meses fueron asesinadas 800 mil personas. Esto fue verle la cara directa al horror: «tú ves demasiado dolor, yo vi morir a mucha gente, a mucha gente inocente. Jóvenes, veteranos, niños… niños por miles. Niños huérfanos por miles, atendidos en el mejor de los casos, a la intemperie, por voluntarios del mundo entero que llegaban a ayudar. Y uno veía la cara de los niños y se preguntaba: ¿por qué tendrán que sufrir así?».

También estuvo en Mururoa, el atolón polinésico en donde Francia experimentaba con bombas atómicas. Único medio chileno ahí, pudo mostrar a los televidentes tanto el montaje de la ojiva nuclear, como la vida de los poblados cercanos en que la radiación estaba matando lentamente a sus habitantes.

Fueron 15 años de atravesar el globo para mostrar guerras. ¿Cuál era la idea de esto? Alipio contesta: «en esos años la dictadura era pareja para todos, y en Informe no era mucho lo que podíamos hacer. Estábamos coartados como todo el mundo. Pensábamos que, si nosotros mostrábamos las guerras y sus consecuencias, tal vez en nuestro país podríamos tomar conciencia de lo importante que es resolver nuestras diferencias en una discusión pacífica y civilizada. Las guerras son la consecuencia de no entendernos como seres humanos, pensábamos que mostrarlo iba a ser bueno para que nunca más nosotros llegáramos a ello».

Dentro de las pocas críticas que se pueden leer en esta época en internet contra Vera o Informe Especial, hay quienes le acusan de ser colaborador del régimen de Pinochet. Sin amagues responde: «la gente tiene todo el derecho a decir lo que ellos creen. Se basan en sus creencias, no en fundamentos. Yo en dictadura tenía un hermano preso, un sobrino detenido desaparecido -Ángel Gabriel Guerrero- y otro sobrino torturado que estaban que lo mataban. Escondí en mi casa algunos compañeros que estaban buscados. Pero yo no le voy andar contando eso a nadie».

Un libro te puede cambiar de vida

A mediados de los ’90, junto con Sonia Hernández, su mujer desde hace cuatro décadas, visitaron a una monja amiga en Molina. La madre Irene García de Prado había fundado un hospital para los pobres y Alipio quería conocerla. Ambos simpatizaron y la religiosa le regaló un libro de un autor español: Martín Descalzo, sacerdote y periodista que hacía columnas para el diario El País.

Las letras del autor ibérico fueron el punto de inflexión para el corresponsal de guerras. Descalzo clamaba por un periodismo que hablara también de la gente buena: «fue un clic. Me dije voy a dar vuelta la página y voy a comenzar a trabajar con las noticias positivas. Me interesaban las regiones y quería mostrar a nuestros campesinos, obreros, a la gente que vive en la frontera, los colonos, los pescadores… A los tipos que viven en el más completo anonimato», reflexiona Vera.

El cambio de giro lo llevó a canal 13 y la nueva pauta de temas fue bien recibida. Inicialmente les dieron 150 segundos a sus notas. Al televidente le gustaron sus historias, que llegaron a ser de 12 minutos dentro del noticiario: «cómo no le va a gustar saber de la vida del colono en la frontera o del ovejero en la pampa magallánica. Cómo no le va a gustar conocer a los profesores rurales que trabajan en pleno desierto o en la cordillera en Lonquimay, o que trabajan en las islas en Chiloé y tienen que llegar en medio de enormes tempestades, arriesgando la vida. Entonces yo me dediqué a eso. Debemos destacar a los chilenos que construyen este país, a esos chilenos desconocidos, que viven en el anonimato y que hacen cosas importantes, preocuparnos de ellos, también de las tradiciones y de las costumbres, más que de nosotros mismos. Darnos cuenta que ellos son los protagonistas», sentencia.

Admirador de los hermanos Gedda -los creadores del «Al Sur del Mundo»-, Paul Landon de «Tierra Adentro» y de Sergio Nuño de «La Tierra en que Vivimos», comparte junto con estos realizadores una misma visión editorial en que el periodista casi no se ve: «hoy día se muestran muchos lugares del país, pero los protagonistas son los conductores. Yo no voy a mencionar a nadie, pero los tipos salen ellos primero, ellos segundo y en tercer lugar el personaje o lugar que quieren mostrar. Es como un afán por hacerse famoso rápidamente».

La identidad del chileno

Más de dos décadas de viajes por la larga geografía nacional le han permitido conocer o reconocer los valores e identidad de los chilenos. Para Alipio Vera, es en los pueblos y en los campos donde aún están bien marcadas las tradiciones y costumbres del país. Con especial arraigo desde la clase media hacia abajo.

Criado en la población Modelo de Puerto Montt, con una vecindad compuesta por costureras, fabricadoras de prietas, carretoneros y zapateros, cuenta que todos se querían y que para los cumpleaños se juntaban a compartir un tarro de duraznos. Era otro Chile y Alipio lo tiene súper claro: «Estamos perdiendo el norte. Lo más importante en la vida no es ganar dinero. No es competir para ganarle a otro. Lo más importante es vivir tranquilo, seguro, sano. Es alcanzar un bienestar mediante la buena vecindad, la colaboración, la solidaridad entre las personas. Si nos ayudamos unos con otros vamos a tener tiempo para la convivencia, para la paz, para disfrutar de las bellezas naturales que tenemos en este país. Hay escasa preocupación por el medio ambiente y también por nuestras poblaciones, por nuestras comunidades aisladas o por nuestros pueblos indígenas, porque cuando estamos autorizando la explotación de yacimientos sin medir lo que va a pasar más abajo es porque nos importa muy poco el ser humano y más nos importa ganar plata. Chile tiene escasa humanidad».

Y de la poca que va quedando, se ha encargado de dar a conocer a gente que recuerda de memoria como a Francisco Manzano, solitario habitante del hito tripartito norte de Visviri; de Etelvina Bahamonde, cuya casa estaba mitad en Argentina y mitad en Chile en el paso del León; de Margarita Bustos de Villa O’Higgins, madre soltera con 14 hijos o del «Chino Cantora», profesor que tenía que remar el seno de Reloncaví para llegar a hacer clases.

¿Alguien se preocupa de estos pobladores? Nadie, ni los políticos porque es muy lejos ir para conseguir un voto allá. Ellos no tienen un minuto en televisión, ni una columna en un diario o revista. Ellos están haciendo bien las cosas y nadie los destaca», enfatiza Alipio.

Los nadies: los hijos de nadie, los dueños de nada, como los describe Eduardo Galeano, fueron quienes postularon a Alipio Vera como Premio Nacional de Periodismo el año 2013. Los pescadores de la caleta Chañaral Aceituno presentaron más de 300 firmas que lo promovieron. Era su forma de agradecerle al profesional por hacer las primeras notas acerca del enorme potencial ecológico de esta zona costera en la que llegan ballenas azules, minkes y jorobadas.

Alipio encarna un periodismo de terreno, un periodismo que va al encuentro de la realidad y de la matriz popular, pues expresa los problemas, las angustias y las alegrías de los hombres y mujeres que a veces parecen no estar en la historia ni en los medios. Probablemente Alipio Vera es una de las personas que más tiene amigos en Chile, son amigos surgidos al calor del té pelado, del pan con chicharrones, del cordero asado al palo, del pescado frito, de la conversación junto al fogón, de los chascarros junto al pipeño, de la entrevista en medio de la lluvia y del frío. Premiar a Alipio Vera es también premiar a ese Chile profundo», escribió Santiago Pavlovlic, tras ser distinguido su colega y amigo.

El glaciar de Alipio

No es el único reconocimiento que ha recibido este cronista televisivo. Alipio Vera es también el nombre de un glaciar y debe ser el único periodista que ha tenido ese extraño honor. Debido a una larga amistad con Constantino Kochifas, el dueño de la naviera Skorpios, Alipio fue invitado para navegar por una de las rutas que une a Puerto Montt con Puerto Natales. En el fiordo Calvo que limita con Campos de Hielo Sur y en que nada tenía nombre, Cochifas bautizó rápido todo: «El glaciar más grande se llamó Constantino, el del lado Alipio», cuenta el periodista riendo.

En su mente está presente la idea del retiro, de escribir sus historias en un potencial libro y de gozar la compañía de su mujer, sus hijos y nietos frente al canal de Chacao, donde vive hace muchos años. Dice que le gusta despertar escuchado a los pajaritos y que en la noche cantan las ranas. Que ya no monta y que sus caballos son libres desde hace ocho años.

Antes de la despedida, cuenta que uno de los reportajes que más lo marcaron fue uno que hizo en 1985, relatando la vida de los profesores rurales y sus dificultades en un tiempo sumamente oscuro. Estos maestros, en agradecimiento, le regalaron un pergamino que cuelga en la entrada de su hogar. Mientras lo recuerda, sus ojos que han visto tanto, se pueblan de lágrimas.