Archivo Cáñamo, Octubre 2010.
Editorial N° 42.
“El tema mapuche”, “el conflicto mapuche”; eso que le pasa a ellos, no a nosotros, porque nosotros somos chilenos, y aunque vaya uno a saber qué mierda es ser chileno, al menos sabemos una cosa: que no somos mapuche… ni Aymará ni Diaguita ni Rapa nui ni Selk-nam (a esos ya los exterminamos hace rato), ni cualquier rareza de esas que poblaban el territorio antes del “descubrimiento” hace poco más de 500 años, porque claro, antes de la llegada de Colón y la Iglesia, parece que aquí no había nada, aquí no vivía nadie.
De ahí nos pegamos un salto de 300 años para celebrar el surgimiento de la patria: Chile, y de nuevo, durante esos tres siglos, de los que estaban antes, a quienes maltratamos, robamos, explotamos, sometimos, y con quienes nos mezclamos, con y sin consentimiento, nada.
Hagamos ciencia ficción. Imaginemos, por un segundo, que 33 mineros se entierran motu propio a 700 metros de profundidad volando los accesos a la mina como forma de protesta por las inhumanas condiciones de trabajo y la falta de seguridad en las faenas.
Supongamos que en la superficie se quedan otros agarrándose con los pacos, bloqueando los accesos a las minas y, por qué no, quemando los camiones que transportan los valiosos minerales (dato: no serían todos los mineros, apenas una fracción, un “grupo minoritario”). Si así ocurriera ¿Don Francisco se los querría llevar a Miami? ¿Colo Colo hubiese mandado a imprimir camisetas con sus nombres? ¿Golborne o Piñera habrían estado esperando ansiosos y en persona las primeras comunicaciones desde el fondo de la tierra? ¿Habrían venido expertos de la NASA a tratar de sacarlos?
En resumen, ¿serían héroes nacionales o terroristas?
No pretendemos pasar por “indigenistas” de última hora, de esos que hay a raudales hoy por hoy, como algunos concertacionistas, que quieren hacernos creer que ahora prefieren jugar palín antes que golf, después de haber hecho poco y nada por los pueblos originarios… habiendo podido, he ahí el pecado.
Nuestra simpatía con la causa viene de cosas más básicas y simples, y que seguro ni se comparan a los abusos que han sufrido ellos.
Haciendo esta revista hemos conocido la discriminación del poder y sus representantes, de los medios de comunicación, de una justicia que aplica la ley, pero no hace justicia. Y hemos aprendido a desconfiar. Sospechamos del fiscal que acusa a alguien de terrorista después de ver a tanto usuario de drogas apuntado como narcotraficante; dudamos cuando los medios hablan de “arsenales de armas”, porque hemos visto que a un simple armario con luces y macetas lo llaman “sofisticado laboratorio productor de drogas”, o que Cáñamo es exhibida como evidencia de tráfico en programas como “133” o “Policías en acción”.
Chile tiene por lema “Por la Razón o la Fuerza”. Simple y prístino. Lo que no dice la frasecita, es que, en nuestro país, históricamente, los que tienen la fuerza, suelen tener la razón. La pregunta no es si está bien o no la huelga de hambre, sino por qué alguien, quien sea, debe llegar a violentar a otros o a sí mismo, para hacerse escuchar en este país, porque seamos claros: los pueblos originarios ni siquiera existen en la Constitución. Pero con eso no basta: no puede haber reconocimiento sin justicia, no puede haber justicia sin reparación y no puede haber reparación, sin lo más básico: pedir perdón. Quizás ese sea el primer paso.
Claudio Venegas
Director Revista Cáñamo