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La Europa de Santiago: La discriminación positiva y el carrete del otro lado del charco

Esta es la vida del emigrante, del vagabundo del sueño errante. Coge tu vida en tu pañuelo, con tu pobreza tira pa’lante. Así empieza una canción de Celtas Cortos que sonaba en mis años de juventud y que refleja lo que de una u otra manera sentimos al partir lejos de casa en busca de algo mejor. Sin embargo, el mismo inmigrante es visto con ojos diferentes por la sociedad en la que se integra y en el chileno esa mirada también cambia, aunque acaba diluyéndose cuando se comparte entre carretes que abogan por la democratización y la diversidad.

Por Iciar Sábada de Salcedo

Cuando era chica viví el boom de la inmigración latinoamericana en España. Bolivianos, colombianos, ecuatorianos que se mezclaban con los marroquíes que siempre habían poblado las tierras del sur de España. Inmigrantes que llegaban al país en búsqueda de una vida mejor y a los que acabé comprendiendo totalmente al irme a vivir a Inglaterra.

Entre ingleses, pese a hablar el idioma y tener una carrera, los puestos de trabajo mejor cualificados no estaban reservados para inmigrantes como yo. Tampoco mi pelo rubio me ayudó en nada y los extranjeros españoles acabábamos trabajando sirviendo mesas o fregando platos. Sin embargo, mi experiencia en Chile, como la de muchos otros inmigrantes europeos, ha sido bastante distinta.

Ser europea y española obviamente me jugó a favor y pasé de la discriminación negativa a la positiva, sin darme mucha cuenta al principio. Entré en el país diciendo que venía de vacaciones, con la esperanza de encontrar trabajo en los 3 meses que dura el visado de turista. Tuve que comprar un pasaje de vuelta a España para que no hubiera lugar para una deportación al entrar al país. Por contactos y con muchísima suerte conseguí una oferta de trabajo para poder tramitar mi visa temporal y al mes ya tenía una empresa interesada en tener a una extranjera como yo en su equipo. Tardé varios meses en darme cuenta de que solo por el color de mi pelo, algunas personas ya consideraban que pertenezco a un estatus social alto y que esto, junto con mi marcado acento español, me habían dado ventaja a la hora de encontrar mi primer trabajo. En mi comprensión de la sociedad nunca pensé que un color de pelo podría estar asociado a una determinada clase social.

Trabajando en Recoleta y viviendo en Santiago centro tuve contacto con lo que para mí eran los chilenos. A los varios meses de vivir en Santiago, me encontré con un grupo de gente de apariencia totalmente del norte de Europa y cuál fue mi sorpresa al descubrir que no, que eran chilenos. Un pequeño clic en mi cabeza me hizo todo el sentido al ver que el clasismo chileno también está presente en la apariencia física de la gente.

Aunque yo viví todos los procesos migratorios que cualquier otro inmigrante, no ha sido así para todos. Otros extranjeros han tenido más suerte, como los llamados «expatriados», personas que tenían un puesto de trabajo en sus países de origen pero que las empresas no podían mantener, así que fueron enviados a otros lugares a seguir trabajando en las filiales. Jorge Almagro, ingeniero español de 28 años, llegó a Chile así: «mi empresa no tenía mucho volumen de trabajo en España y después de que mis jefes valoraran las diferentes delegaciones que tenían en el extranjero me enviaron aquí. Me daban el sueldo divido en dos, una parte en euros y otra en pesos». Al venir como expatriado, Jorge no tuvo que pasar por los procesos de regularización habituales, ya que su empresa fue la que tramitó sus papeles y a los pocos días de llegar ya tenía el Rut en la mano. El caso de Jorge es un poco particular porque es muy joven, la inmensa mayoría de los expatriados que llegan de España tienen más de 35 años.

Denise Sagliaschi, italiana natural de Génova llegó por amor a Chile y también huyendo de la crisis laboral que asolaba su país y pronto encontró trabajo en el Liceo Italiano por lo que enseguida tenía una visa vigente. «Yo no creo que por mi físico (rubia y blanca) encontrara trabajo, fue por mi experiencia y mi título universitario. Pero sí es cierto que a veces percibo un trato más amable y diferente de los chilenos del que pueden tener otras personas y sí creo que el inmigrante europeo está mejor posicionado, creo que a nosotros nos facilitan muchas cosas también a nivel burocrático, cosa que creo que no pasa para un haitiano o un venezolano» cuenta Denise.

Para Jorge, el pensamiento es muy similar: «evidentemente hay una diferencia muy clara entre ser extranjero europeo y ser un extranjero, por ejemplo haitiano o colombiano, que generalmente son personas a las que se las trata mucho peor. Ser un gringo o un europeo en Chile sin lugar a dudas es mucho mejor que ser, por ejemplo, venezolano o haitiano. En el caso de los españoles somos una inmigración diferente a la de otros países latinos y los españoles que estamos en Chile solemos ser gente bien preparada que salimos de España porque no había trabajo».

Pero también, la discriminación positiva a veces puede transformarse en algo negativo. Antoine Jeanneau, francés de 30 años, con la inquietud viajera que caracteriza a los de su tierra, recorrió durante dos años Latinoamérica hasta que se enamoró de una chilena que le hizo asentarse en Santiago. Su inconfundible acento galo le ha jugado alguna mala pasada para el negocio de fiestas electrónicas, Fonda Mental, con el que emprendió en Chile: «cuando yo llamaba a un proveedor me daban un precio. Después llamaba mi socio chileno y la sorpresa era ver que el precio era menos de la mitad de lo que me habían dicho a mí». Concepción errónea de que el extranjero europeo, como fue en también mi caso, tiene plata por naturaleza. De hecho, Antoine me contó una anécdota que le pasó con un chileno que conocieron en Alemania. El chileno se acercó a su esposa Fabiola al enterarse de que se había casado con un francés y le dijo: ¡weona, la hiciste! A lo que Antoine respondió: «el que la hice fui yo, porque la que tiene toda la plata es ella».

Sin embargo, y bromas de conquistadores aparte en el caso de los españoles, el chileno ha sido en general bueno con nosotros. Como cuenta Jorge, «aunque al principio el chileno es una persona un poco más reservada, una vez abre su entorno y te acoge, te lo da todo» y de la misma manera que Denise, dicen haberse sentido muy integrados y acogidos. Para Antoine la cosa fue similar pero quizá más rápido ya que Fabiola, quien además es su partner en el negocio de los carretes electrónicos, le proporcionó un entorno que le acogió enseguida como uno más. Aunque también coincide con los demás en algo, ya que dice que «ser francés en este negocio de los carretes me ha abierto muchas puertas, su hubiese sido de otro país como Haití, seguro que no me habría funcionado tan bien».

Y hablando de las fiestas que organizan Fonda Mental, es inevitable pensar porqué un francés decidió montar ese tipo de carretes en Santiago y en que se diferencian los chilenos a la hora de carretear de los que venimos del otro lado del charco. Estos carretes empezaron como juntas entre amigos que querían algo diferente a lo que ofrecía la escena santiaguina, en las casas de intercambio para estudiantes que maneja Fabiola, con el objetivo de democratizar el techno. Por lo tanto fueron muchos los extranjeros que empezaron a levantar la Fonda Mental. Hoy en día ya son una empresa constituida y por fin dicen, ganan algo de plata después de mucho tiempo de pérdidas.

Lo que buscaba la Fonda, como cuenta Quetzal, chileno-alemán y director gráfico de estos carretes, era traer las fiestas electrónicas europeas a Chile. Según él, «aquí no había nada como las míticas raves europeas o las fiestas electrónicas a las que había ido en Berlín». Y como cuenta Antoine, algunas de las fiestas a las que él había ido acá estaban llenas de gente que generalmente estaba hasta arriba de cocaína: «esa droga te pone frío, las salas estaban llenas de gente que no bailaba, no interactuaba. En nuestros carretes la gente tiene una conexión, la gente está bailando, en un entorno mucho más amigable y de buena onda».

Para nosotros los europeos, la idea de un carrete electrónico, que cada vez es en un lugar diferente – y mantienen la incertidumbre hasta pocas horas antes del evento- es algo demasiado tentador. Pese a que carreteamos de manera diferente, ya que los españoles somos muy de bares para tomar, generalmente de pie, nuestras míticas cañas y tapas y para Denise el carrete chileno es mucho más largo y más intenso, estas Fondas presentan un escenario pensado para que gente de cualquier parte del mundo comparta y lo pase bien.

Para Antoine y su equipo lo más importante siempre ha sido, en cuando a aspectos técnicos, que el sonido sea bueno: «puedes tener un dj de mierda pero un sistema de sonido bacán y la fiesta será buena, pero al revés no funciona». Y aunque para nosotros la entrada de 5.000 pesos para el evento no suponga mucho, teniendo en cuenta que en Europa los carretes valen de 10.000 pesos hacia arriba, parece que esto ha sido lo que ha tirado para atrás a muchos chilenos. Según Quetzal, cada vez vienen más «pero siempre han venido porque alguien les ha recomendado el carrete, de primeras no se atreven a pagar por algo que no conocen».

Las fiestas techno han estado ligadas con el consumo de drogas de toda la vida y parece que cada vez hay más éxtasis y MDMA en los carretes santiaguinos que antes. Antoine dice que ahora ve mucho más este tipo de droga que cuando llegó a asentarse hace ya cuatro años. A la hora de la oferta, comparada con España, parece que acá es algo más complicado encontrar una buena mano, y definitivamente lo es comparado con Inglaterra. En el país anglosajón prácticamente todo consumidor tiene en su celular varios números de dealers con diferentes sustancias y en ocasiones clasificados según la calidad del servicio.

En cuanto a la marihuana, pregunta obligada, definitivamente se consume mucho más en Chile, igual que el copete. «La forma de fumar marihuana es muy diferente a España donde se fuma más hachís y se mezcla con tabaco, es raro ver a la gente fumándose lo que llamamos allí «un verde» un porro entero de marihuana», cuenta Jorge. El mejor hachís es el del sur de España, que llega directamente de Marruecos, y la sustancia va perdiendo calidad conforme va subiendo, hasta llegar a Francia «como un hachís malísimo que parece neumático de auto», sentencia Antoine. A Italia parece llegar también más hachís que marihuana, que suele ser más cara, como en los países vecinos.

En definitiva, parece que Europa y Chile se llevan bien. Todos hemos encontrado en el país un lugar para establecernos, compartir y llegar a comprender una sociedad tan parecida y tan diferente a la nuestra. El chileno en general tiene ganas de conocer gente del otro lado del charco, aunque se sigue teniendo una idea preconcebida de que allí somos todos millonarios, cuando en realidad somos iguales todos, venezolanos, haitianos, franceses… Todos estamos a miles de kilómetros de nuestras familias, esperando simplemente, conseguir tener una vida mejor.