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La Ciudad Perdida: una aventura por las raíces caribeñas de Colombia.

Tres días de lluvias torrenciales, un calor asfixiante, ríos que se vadean con la ayuda de cables de acero, comunidades indígenas centenarias y más de mil escalones, anteceden a uno de los puntos arqueológicos más importantes y menos conocidos de Colombia.

Como si fuese una película de Indiana Jones, la frondosa selva caribeña del Parque Nacional Sierra Nevada, rodea a una decena de exploradores-turistas que avanzan monte arriba en busca de la mítica Ciudad Perdida. El paisaje con todos los verdes imaginables y compuesto por la cadena montañosa de mayor altitud que una zona litoral detente en el mundo, reserva a uno de los hitos arqueológicos más importantes de Colombia.

Distante a pocos kilómetros de Santa Marta, pero cuya distancia hay que remontar en un esforzado trekking de, al menos, tres días de duración. La Ciudad Perdida, tiene un nombre que ya suena a leyenda pero que, tras la enorme fama que tiene el vecino Parque Nacional Tayrona, ha sido eclipsado. Como si fuera un secreto de pocos, es más saboreado por viajeros internacionales que por turistas colombianos.

La Ciudad Perdida fue un reducto creado por los indígenas Taironas para efectuar celebraciones religiosas y actividades políticas de su riquísima cosmovisión y que fue ocupada, por un poblamiento de dos mil personas, desde el año 800 hasta el 1600. No hay nociones de qué sucedió con los Taironas luego de ese tiempo. Se habla de una guerra civil y de un desaparecimiento de esta cultura sin dejar rastros. El misterio de su presencia/ausencia ha sido heredado por otras comunidades indígenas, más de 70 mil personas de las etnias Kogui, Arhuaco, Kankuamo y Wiwa que viven en este inmenso territorio natural de 383 mil hectáreas.

Teyuna -el nombre original de la Ciudad Perdida- fue «re-descubierta» por ladrones de tumbas en 1975. El sitio fue recuperado por el gobierno colombiano un año después y, luego, durante más de tres décadas era prácticamente imposible de visitar por causa de la guerrilla. Actualmente es celosamente custodiada por los pueblos originarios, sobre todo los Koguis y Arhuacos, quienes son los verdaderos dueños de este territorio y que, en conjunto con el Instituto Colombiano de Antropología e Historia (ICANH), velan porque el turismo conviva junto a las tradiciones y el inmenso tesoro natural de la región.

Infierno Verde

El sudor se hace compañero absoluto de viaje. A pesar de ir en un constante ascenso y en que la temperatura es más baja que la cercana costa del Mar Caribe. Más baja es un decir. El calor del bosque húmedo tropical, uno de los ecosistemas que se extiende desde el litoral hasta los 2 mil metros de altura, provoca oscilaciones de temperatura que van de los 16 a los 28°C y una humedad promedio de un 90%.

Conviene acostumbrarse a esta sensación mojada. Las lluvias son parte fundamental de la mantención del bosque húmedo y, aunque tibia, termina calando los huesos del más preparado. «Infierno Verde» le decían los caza-fortunas y una imagen mental similar se repite cuando la transpiración baja desde la frente y hace arder los ojos.

Los viajes a Ciudad Perdida, cuestan alrededor de $150 mil pesos e incluyen guías, alojamientos en casas locales y alimentación que viaja sobre lomos de mulas y cocineros que marchan junto a ellas. En vehículos 4×4 se va desde Santa Marta, hasta el poblado de Machete Pelao, con casas bajas, mujeres hermosas y una serie de burros esperando la carga de los viajeros.

La primera jornada de viaje son cuatro horas de caminata. éstas inician un total de 48 kilómetros totales y un desnivel de más de mil metros de altura, que separan a Teyuna de Machete Pelao. Durante las primeras horas de ruta aparecen una serie de pequeñas casas campesinas que ofrecen agua o frutas. Y marihuana. La cepa «samara» de la Sierra Nevada tiene tintes míticos en el país cafetero, aunque fumarse algo por acá es para pulmones poderosos. El camino da un respiro sólo cuando se llega a casas como las de Adán, un vecino que recibe a grupos de turistas en una vivienda junto al río Honduras. Acá hay pozones de antología que recobran al cuerpo más cansado.

Un bautizo de precipitaciones

El segundo día es durísimo. Quince kilómetros en ascenso constante, entre medio del bosque húmedo tropical que se agiganta y le da cobijo a algunas de las más de 628 especies de aves que habitan la Sierra Nevada. Los monos aulladores se hacen sentir al amanecer con guturales gruñidos que estremecen estos parajes.

Los pobladores originarios de esta región que cuenta con glaciares engarzados en sus máximas alturas, el Pico Colón o el Pico Bolívar, que llegan a los 5780 metros sobre el nivel del mar y que, debido a su vasta riqueza ecosistémica, le valió ser considerada como Reserva de la Biosfera por la UNESCO en 1979.

Repentinos y veloces personajes completamente vestidos de blanco, con botas de caucho o sandalias y de pelo largo, sobrepasan a los grupos de extranjeros en silencio y con sencillez. Son koguis, de bellos rostros con pómulos orgullosos y morenos, que viven en pequeñas comunidades de cónicas casas de paja. Sus sabios son llamados «mamos» y detentan un conocimiento y unión con la naturaleza con los que encabezan ceremonias, aconsejan y se han encargado de contarle a los «hermanos menores», la gente fuera de la Sierra, el caos que estamos produciendo sobre el equilibrio de la Tierra.

¿Curioso? Debido a la conexión que tienen con este espacio -para ellos- sagrado, Hace 28 años atrás enviaron un mensaje al mundo mediante los arqueólogos galeses de la Universidad de Wales que trabajaban en un documental para la BBC. En éste decían: «El mundo no tiene que terminar, sino que podría continuar, pero a menos que dejen de violar la tierra y la naturaleza, que cesen de agotar la energía de la Gran Madre, sus órganos, su vitalidad, a menos que las personas dejen de trabajar en contra de la Gran Madre, el mundo no durará».

Una lluvia digna de los tres mil milímetros que caen anualmente, antecede al campamento de la segunda noche que está al costado del caudaloso río Buritaca. Cuando cae la oscuridad las únicas luces provienen de la luminiscencia de los fogones en que cocineros y guías preparan el alimento de los exploradores.

Más viejo que Machu Picchu

Hay que cruzar el Buritaca con el agua a la cintura para afrontar la exigente bienvenida a uno de los puntos arqueológicos más importantes de Sudamérica. Una escalera de 1200 escalones son la frontera de una ciudadela en la cual han sido descubiertas unas 200 estructuras en 30 hectáreas de terreno. Hay más, pero la selva nativa, que ha crecido sin control humano por los últimos 500 años, ha terminado cubriendo todo.

Escaleras arriba, aparece una serie de terrazas circulares de piedra. Ese es uno de los aspectos fundamentales de la arquitectura Tairona: el uso de las formas redondas y la carencia de las líneas rectangulares.

La terraza central acapara la mayoría de las fotografías por tener una amplia visión del valle de Buritaca. En el sector denominado «Eje Central», hay 46 terrazas y 60 anillos de roca. En el sector de «Piedras», se distinguen con claridad las canaletas y desagües usados para la lluvia entre los restos de las antiguas residencias. En «Mahecha», las terrazas siguen las pendientes de manera escalonada, entre varias escaleras con una inclinación por sobre los 60 grados.

Todas estas estructuras tienen una data más antigua que la construcción de Machu Picchu. Y no deja de sorprender que esta arcaica ciudad, ubicada sobre los 1100 metros de altura, aún viva en un anonimato tan injusto. La Ciudad Perdida encarna a uno de los sitios más poderosos y desconocidos de América del Sur.

Los Tairona fueron expertos agricultores, y si bien no tenían escritura, eran magníficos orfebres en oro con figuras antropomorfas que desafían la imaginación. No usaron rueda ni animales domésticos y sus descendientes siguen asistiendo a Teyuna para realizar ceremonias y reuniones en que se enlazan con la naturaleza. En esos momentos, tal como era siglos atrás, se cierra el paso a todo foráneo y el misterio se alza otra vez entre medio de los gigantescos árboles del bosque húmedo tropical.

Datos útiles

• Viajar: Los operadores turísticos que promueven Ciudad Perdida rondan los $150.000 pesos chilenos y consta de 4 o 5 días (elige el visitante), incluye todas las comidas, transporte y alojamiento. Hay operadores en Cartagena de Indias y Santa Marta.

• Llevar: Mochila pequeña para ropa y artículos de aseo, bloqueador, repelente de mosquitos, ropa impermeable, linterna. En total un bolso que no sobrepase los 10 kilos.