Humberstone, un viaje entre los fantasmas del salitre
A 47 kilómetros al este de Iquique, se encuentran los restos de uno de los lugares más pujantes del siglo XIX. Las oficinas salitreras de Humberstone y Santa Laura fueron sinónimos de una rápida riqueza y también de injustificables abusos laborales. Considerado como Patrimonio de la Humanidad por la Unesco el año 2005, visitarlo es ponerse en comunicación con los espíritus del pasado del norte chileno.
Texto y fotos : Jorge López Orozco
Las viejas estructuras que siguen en pie parecieran imantadas al desierto. En Humberstone, lo que no fue destruido por los poderosos vientos o por los saqueos que sufrió durante años, se convirtió en el testimonio de una época que quedó marcada en la memoria pampina, y cuyo acervo le valió la nominación como Patrimonio de la Humanidad por parte de la UNESCO el año 2005.
Basta un solo paso dentro de esta centenaria oficina salitrera para ingresar en un mundo paralelo, desconocido y compuesto por retazos que rememoran su antigua gloria obtenida tras la Guerra del Pacífico y el boom salitrero del llamado «oro blanco», a inicios del 1900. Un siglo después, la antigua actividad de la villa pasó a convertirse en un visitado pueblo fantasma en medio del desierto más árido del planeta.
Para llegar a Humberstone hay que tomar el microbus que une a las localidades de Iquique con Pica, y que en menos de una hora se detiene cerca del portón de acceso. Nuestro ingreso es demorado por la salida de unos tumultuosos y desordenados cursos de un colegio iquiqueño. Está atardeciendo y nos damos cuenta que necesitaremos mucho más tiempo que el que realmente tendremos para visitar el lugar. Es mucho más enorme que lo que se ve por internet.
-Vayan a la pulpería que es la que cierra primero- nos dice una profesora que va saliendo.
Pasaje directo a la nostalgia
Las pulperías eran los «shoppings» de los campamentos salitreros. Un mini mercado donde los trabajadores debían comprar obligatoriamente con fichas -monedas exclusivas hechas por cada compañía- y que eran usadas para adquirir productos a precios más elevados que su valor real en las ciudades. La vida en las salitreras tenía leyes que eran dictadas por sus propietarios, gustase o no.
La historia de Humberstone se inicia con otro nombre. Se llamaba La Palma al inicio de sus funciones en 1872 y cuando era territorio del Perú. Tras la Guerra del Pacífico, la zona quedó en manos chilenas pero su riqueza salitrera fue dominada por los ingleses. Se había descubierto que el salitre ayudaba potentemente en la mejora de la producción agrícola, y eso había promovido interés por desarrollar la minería y la ambición, en partes iguales.
Las oficinas salitreras y campamentos adyacentes
colonizaron una naturaleza hostil a través de un esfuerzo descomunal
sustentado por miles de trabajadores y que terminó enriqueciendo a muy
pocos. El norte alcanzó a tener 118 oficinas y más de 46 mil
trabajadores alrededor de 1910. Un siglo más tarde prácticamente todos
estos sitios han sido abandonados y parecen espejismos encallados en un
mar desierto.
Las fichas de la pulpería
La pulpería de Humberstone, construida en 1936, sigue viva. El edificio que flanquea un costado de la plaza principal, es el único punto de todo el complejo que está completamente recuperado. El año pasado fue reinaugurado y convertido en un centro de interpretación donde se recrean las actividades que se desarrollaban en su interior y que permitieron que la vida del poblado minero se sustentara.
Fredy Luque, escultor arequipeño, fue el encargado de crear 29 esculturas en tamaño real que ilustran de mejor manera lo que fue la vida dentro de la pulpería. Reencarnados en muñecos vuelven a la vida carniceros, el administrador o los panaderos con centenares de marraquetas a punto de entrar en grandes hornos industriales que alimentaban a todo Humberstone.
Hay una botillería, cámaras frigoríficas, una boutique con telas y una antigua locomotora con sus operarios. La muestra alberga una serie de testimonios materiales y escritos que dan a conocer cómo era la vida tanto de capataces e ingenieros, como de los propios mineros y sus familias. Son exhibidas también las aberrantes diferencias sociales que había entre la clase obrera y los patrones.
«Trabajo
más que una mula», dice uno de los afiches expuestos en referencia a
uno de los términos que se acuñaron en Humberstone y con justa razón:
mientras un minero trabajaba 12 horas para cumplir con el metro cúbico
de caliche solicitado por jornada, la faena de arrastre del cuadrúpedo
era de sólo seis horas.
Zona de desigualdades
A un costado de la pulpería y en buen estado de conservación se ubica el teatro con sus butacas y escenario. De estilo art decó, fue construido en estructura y revestimientos de pino oregón en 1935.
En Humberstone convivían el lujo y la miseria. En su apogeo, con casi cuatro mil habitantes, hubo un hotel, una piscina olímpica, varios bares, algunos prostíbulos para solteros, capilla, hospital, escuela y suficientes viviendas para los obreros y sus familias.
Aunque arquitectónicamente la distribución de las cuadras pareciera perfecta, hace más de un siglo, las diferencias sociales de esquina a esquina eran abismantes. Los cronistas de esa época no escatimaron en críticas a las condiciones en que los trabajadores vivían: «nada más triste y misérrimo que el interior de estas viviendas. Obscuras, sin ventilación, parecen más bien un cubil de bestias bravías que moradas de seres humanos. Carecen de ventanas, y la luz exterior penetra por la única puerta que da a una callejuela que es al mismo tiempo patio, corral y depósitos de basuras», detalla Baldomero Lillo en 1908.
Un año
antes la codicia por el salitre había manchado con sangre al desierto.
Durante diciembre de 1907, los trabajadores de distintas oficinas
salitreras habían marchado hasta la escuela Santa María de Iquique
solicitando mejoras sustanciales como el fin de las fichas y las
pulperías, educación nocturna para adultos y la mejora de los salarios.
La respuesta al petitorio fue desconcertante: el ejército chileno
ametralló a los huelguistas dejando un saldo oficial de 126 muertos.
Otras versiones hablan de 700 a 3.600 asesinados.
Paseando entre fantasmas
Humberstone cerró sus operaciones mineras en 1960 y luego de varias décadas, el año 2002, pasó a manos de la Corporación Museo del Salitre, conformada por antiguos habitantes del lugar, y que son los defensores del mantenimiento de esta parte de la memoria pampina.
Fuera del área de la plaza se distribuye el resto del pueblo que se salvó de los constantes saqueos en búsqueda de un recuerdo o un tesoro para vender. Los edificios están en ruinas. La escuela San Mauricio, que educaba a los hijos de los trabajadores, mantiene sus antiguos pupitres y alimenta el sentimiento de nostalgia por un tiempo del que sólo quedan trazos. El viento impera y hace temblar los latones de las techumbres. Los fantasmas parecen rozarte la piel.
La ruta nos lleva rumbo hacia una larga chimenea que se levanta en medio de los montes ocres. Altos galpones de estilo inglés permanecen estoicos al paso inclemente del tiempo y el abandono. Un cartel advierte sobre el riesgo de entrar a La Maestranza por la potencial caída de objetos, sin embargo, no es suficiente para detener la curiosidad de ver las reliquias que la era industrial chilena dejó acá.
Descansan enormes máquinas e intrincados mecanismos llenos de pistones y tuercas. No hay un guía que nos explique qué significa todo lo que observamos. El viento aúlla entre las rendijas y por las ventanas quebradas entra parcialmente el paisaje del desierto que revelan aún más nuestra soledad.
Basta un solo paso dentro de esta centenaria oficina salitrera para ingresar en un mundo paralelo, desconocido y compuesto por retazos que rememoran su antigua gloria.
A pocos metros de un salón donde se refaccionaban trenes, una orgullosa locomotora corona una pequeña y solitaria colina. Afuera el escenario es surreal. El sol cayendo en el horizonte provoca un tono anaranjado y convierte a las latas plomizas de las paredes de los galpones en un rugoso telón cobrizo. El silencio de la pampa es poderoso. Tras unas horas de viaje por el alma de Humberstone se logra sentir una conexión. Un hechizo, una especie de amor. No te quieres ir de un lugar que genera centenares de preguntas que difícilmente tendrán respuestas.
«Son los últimos turistas en salir», nos dice Reylan Arenas, uno de los guardias de este museo a cielo abierto desde hace 15 años y que está terminando su turno. Dos trombosis cambiaron la exitosa carrera como transportista de este hombre para terminar siendo -«por necesidad»- uno de los cuidadores de este patrimonio mundial.
A Reylan le sobran historias que revela generoso mientras nos encamina en su auto hacia Iquique: fue la mano derecha de Vicente Sabatini, director de la teleserie «Pampa Ilusión», y una noche le tocó ser el guía de los videntes y brujos de la TV que querían hacer contacto con los fantasmas: terminó arrancando. En un arrebato de honestidad, dice: «Estoy enamorado de Humberstone». Es imposible contradecirlo. Sentimos lo mismo.