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Hay 1.599.999 formas de ser mapuche

La vida del poeta David Aniñir.

Hablar con el poeta David Aniñir Guilitraro es un vendaval de conceptos y mundos en que se unen imágenes de la población Colo-Colo en Cerro Navia, los tiempos de la dictadura entre barricadas, punkismo, Bukowski, Camilo Sesto, Tool y todo su tránsito vital como mapuche urbano. Universo que ha sabido tatuar en poemas comprendidos en varias publicaciones y que hoy, con una mano menos, busca rehacer mediante la prosa.

En un galpón del persa Bío-Bío, todos los fines de semana David Aniñir se vuelve a reinventar. En los 48 años de vida ha sido panadero, barredor, copero en restaurantes y obrero de la construcción. Los sábados y domingos se convierte en vendedor de fotografías y libros con raíces indígenas, entre los cuáles hay algunos de su autoría que develan una más de sus vertientes, tal vez la más fundamental, ser poeta.

Recientemente ha sido publicada la cuarta edición de su primer poemario, «Mapurbe, venganza a raíz» (2005), que consagra la internacionalización de su obra y el prestigio ganado dentro de las letras nacionales donde le han dado sobrenombres como el de «Rimbaud Mapuche».

A David no se le suben los humos a la cabeza. Su vida le ha dado razones suficientes para observar y observarse en un proceso continuo donde su identidad se va cuajando en felicidades, miedos y dolores. Nacido y criado en la población Colo-Colo de la comuna de Cerro Navia, uno de los sitios a más emblemáticos de la cultura mapuche urbana, fue ahí donde llegaron sus padres Pedro y María, a probar suerte desde el sur.

«Eran jovencitos, trabajadores y formaban parte de esta camada de éxodo forzado que fue obligado por el mercado y que todavía está en su mayor de presencia y vigencia, y que se expresa a través de la usurpación, el despojo, robo de tierras y arrinconamiento, todo auspiciado por las políticas de colonización que ha fomentado el Estado hace muchísimos años… Somos el producto de la pérdida de una guerra, tal cual», cuenta a Cáñamo mientras se abren cervezas para capear los primeros aires cálidos de la primavera.

Su infancia fue dura. Tosca, pero apañada por dos hermanos menores con los que tuvieron que sortear el suicidio de su padre. María, su mamá, buscaba defenderse de esa suerte aciaga en plena dictadura y ante un racismo citadino incuestionable. En la escuela, el director lo trataba de «indio culiao»: «Eras un indio de mierda y un indio culiao con apellido, abiertamente, públicamente y socialmente aceptado», revela.

Llegó hasta octavo básico -años más tarde completaría la media en la nocturna 2×1- y se tuvo que poner a trabajar rápidamente para parar la olla. Ser mapuche era un estigma, una soledad acompañada de otros que también se sentían así en una zona de Santiago largamente señalada con el dedo: un barrio cuma. Fue el advenimiento del movimiento Zapatista en Chiapas, México, a los inicios de la década de los ’90, que le dio una virada a su juventud y a la de muchos mapuches más que se comenzaron a dar cuenta que de verdad no estaban solos.

«Nosotros ya sabíamos que éramos mapuches pero el rollo era para afuera: el cómo naturalizar tu ser -porque éramos jovencitos- y que no fuera más que de la puerta para dentro. Para nosotros el conflicto era con el barrio, la población, con la micro, el servicio de salud, la escuela, todo lo externo era un choque cultural y brutal que sufrimos solo parte de la cola, porque el choque brutal-brutal era hace 40 años con nuestros abuelos, padres y madres… ¿Cómo habrán sido de racistas?», reflexiona David.

Cartas al sur

Las discriminaciones, la vida en la pobla, los milicos con las caras pintadas haciendo revisiones en las esquinas. Esa historia aprendió a contar a los 11 años, cuando se convirtió en el transcriptor de su madre, la cual le dictaba las cartas dirigidas a su hermana mayor en Llanquihue, iniciando su amor por la escritura:

«Fui el transcriptor de la nostalgia de mi madre por su tierra. Eso es mapuche. Y a la vez allá mi prima transcribía realizando una comunicación de epístolas que en la comunicación formal era entre las mayores, pero que al reverso nos escribíamos mi prima y yo. Y eso era hermoso. Yo le escribía del flaitismo de acá. Que salían los milicos, las tanquetas, los choreos a los weones, las peleas de los choros tajo a tajo. Y ella decía, pero ¿cómo? Era como estar viendo Netflix. Y a mí me sucedía lo mismo porque me hablaba de las vacas, de los corderos, de los arreos, de la lluvia, del sol, del humedal».

En esas cartas también descubrió el alma dolida mapuche que recuerda épicamente el sur en el que nunca nació y las comunidades donde no vivió. El asfalto era el nuevo territorio de miles de mapuches entre neumáticos quemados y vendedores de ñoco. Mientras, él y su hermano, cuidaban autos en los estacionamientos o hacían fletes con carretones de la feria. En medio de todo, las letras ya lo habían invadido:

«Me puse a escribir por algo instintivo. Era en la básica cuando empecé a darme cuenta de esto: inventaba letras o usaba letras distintas. Me gustaba la gráfica y la imagen. Después de eso empecé a escribirle cartas a mis pololas imaginarias, pero también a los amigos que querían escribirles cartas a sus pololas. Me gustaban mucho los boleros. Transcribía las canciones de Fernando Ubiergo, Los Golpes, Camilo Sesto, Salvatore Adamo. Colocaba el cassette y transcribía. Eso me fue gustando, las ponía en la carilla del cuaderno de matemáticas y las leía a cada rato. Me hacía sentido: había cosas románticas y otras muy crueles».

En el mismo tiempo descubrió las pastillas y la marihuana, con las que comenzó a llegar a estados bien interesantes, dice:

«Con la democracia participé en las peñas, las actividades, tirarle weás a los pacos y todo eso empezó a convertir a este personaje juvenil en alguien que está pensando. No es fácil tenerlo acumulado sin que suceda nada y la mejor manera era escribirlo. Después de transcribir a Camilo Sesto o Los Golpes, no era muy difícil escribir lo que me estaba pasando y lo hacía, pero siempre terminaba en fugas psicodélicas y lisérgicas».

Punki-garrero-performer En la primera parte de los noventa fue cuando David despertó a su propia identidad:

«El 93 fue cuando me sensibilicé con lo mapuche, con la gente mayor que estaba presa, cuando empecé a leer más cosas y saber que lo que me estaba pulsando por escribir tenía todo ese bagaje. No todo puede ser psicodelia y fuga por lo que te chantaste, tiene que tener coherencia y sentido de toda la experiencia que me tocaba a mí con lo mapuche».

El 98 otro hito, la quema de camiones madereros en tierras mapuches, lo marcó. Sacó la voz a todo lo que tenía escrito. Los años en que sus cuadernos eran los únicos testigos de su incipiente arte habían llegado a su fin. Fue en el Centro Cultural Naitun del Barrio Brasil:

«Hice una instalación en búsqueda que me entiendan. Ocupaba frases, imágenes o videos para explicar que también era mapuche y que era lo que me tocaba. Me di cuenta que no soy el mapuche que estaba en la zona de conflicto. No soy el mapuche museológico, ni el folclórico, ni tampoco el que los peñis retratan como la imagen épica del Weichafe. No soy eso. Soy uno del millón y medio de mapuches, uno de los 600 o 700 mil que viven en Santiago hacinados en la población, con problemas de pobreza y que tenemos un nexo con las comunidades. Eso soy yo. Soy mapurbe y la weá era para la risa. Después le di sentido a eso y resultaba que éramos caleta. Estaban metidos en los laburos más de mierda, en las universidades con becas de mierda. En las barras bravas, en los comercios más paupérrimos, en la construcción, en el comercio ambulante. Estábamos en distintas otras zonas de las periferias sociales».

La explosión artística no se limitó a las letras solamente. Si la poesía se volvía una trinchera social, el rock fue la metralleta que le sacaría filo a los versos:

«Pensé que si le pusiéramos música sería mejor. ¿Y qué tanto?, con trutruca entonces, bacán. ¿Y sí le decimos a los cabros que tenían la media banda? Y se metían y generábamos esa sinestesia de poesía mapuche con una banda black metal o rocker, ska o una punk y yo empezaba a poemear. Y quedaban locos porque tiraba el tollo y la bravata como me sale. Mi lenguaje no es: me gusta cuando callas, es más bien: ¡vamos cabros, vamos! Yo me tiro a la piscina no más, son como pulsiones».

Su poema más famoso «Mapurbe», que encabeza su primera publicación de hace 14 años atrás, fue grabado junto con el grupo Floripondio, iniciando una veta que continúa en sus presentaciones actuales presentándose junto con el músico Pedro de Piedra. Sus declamaciones tienen performance de bailarinas -su hija e hijastra-, muestras de videos o fotografías.

Comenzó a presentarse en centros comunales, eventos de la Garra Blanca o escuelas. El 2005, con mucho miedo escénico, lanzaba el poemario en el barrio Yungay ante 300 espectadores, lo que fue un fenómeno en este tipo de convocatorias:

«Llegó a tal punto que llegó una editorial a editarme e invitarme a participar en su colección. Mis textos los estudian en Francia, en Canadá, en USA. He viajado, dado conferencias, a esta altura ya me reconozco como poeta. O casi poeta, porque siempre estamos todos aprendiendo, pero mi ponencia y visión está basada en mi realidad y a la realidad que le ha tocado vivir al mundo mapuche y toma más sentido porque forma parte hasta ahora de una trinchera reivindicativa social, cultural y política.

¿Qué siente tu mamá de haber parido un hijo poeta?

«Lo recordamos y se caga de risa. Siempre me hicieron bullying mis hermanos y mi mami me decían: poeta el peo».

Lo más Black Sabath que me pudo haber pasado

Hace tres años un accidente terminó con la vida útil de su mano izquierda. Aunque a David no le gusta contar lo que le pasó, en su libro «Lentium» (2016) da claves del sentir ante la pérdida de la extremidad. Sobretodo en los versos del poema «Pero hubo Petidina a la vena», cuando atropella con frases como: «pero se pajea con la otra, menos mal», «Galvarino, el regreso» o «es lo más Black Sabath que me pudo haber pasado».

¿Qué ha significado para ti perder la mano?

«Ha significado que tengo más hermanas y hermanos, y que la poesía si bien no te llena los bolsillos, te llena el alma. Mi familia, a pesar de la pérdida de mi mano, ha sido una ganada porque para ellos esa mano perdida, ahora con la que escribo, tiene un valor adicional y ya eso es poesía. Yo me pasé el lamento por el culo. Tengo un manto de lamento y tristezas de todo tipo, pero sí uso el sarcasmo y la risa como Shakespeare o los stand up comedy de hoy lo han hecho… Hablar de la realidad es darle un vuelco como dice el teatro de tragedia y comedia de los griegos, que es darnos una bofetada a nosotros mismos desde una plataforma creativa y creo que por ahí va mi válvula escritora y que tiene algo que ver con el rock porque es punk. Tiene que ser así».

Mirarse fijamente y no tener piedad en el auto reconocimiento de la condición propia es algo que admira de autores tan disímiles y honestos como Charles Bukowski o Pedro Lemebel, con el que incluso ha soñado

David se ha sumergido en una vertiente narrativa, dándole un giro a su literatura, con la preparación de un libro en prosa. Una exploración en que nuevamente lo visita la timidez ante lo nuevo, tal como ocurría con sus primeros tiempos en la poesía. Reconoce que es una disciplina distinta, con otras reglas y normas, y que lo ha hecho sentirse algo perdido. Su material son las historias que le ha tocado vivir, una especie de evocación que se llamara «Prosa Poética o Proesía».

Mapuche de la city

Los 20 textos que comprendan su nuevo libro, son una especie de autobiografía en la que se mezcla el obrero, el rocker, el punki, el jugador de la cancha y el hincha de la barra brava. Además del reconocerse mapuche y asumir la urbanidad como característica propia:

«Nosotros salimos del closet en los 90. Antes de eso o te mataban o te volvías parte del folclorismo. Parte de la documentaria exótica que han tenido los países, estados o culturas, para hacer de esto una museología y una mirada nostálgica al existieron, fueron y eran. No. ¡Paren la weá!, nosotros estamos golpeando la mesa y fuerte desde los 90, cosa que nos ha costado a esta altura, un muerto por año. Tenemos 20 muertos. No es gratis. Por eso hay que darse cuenta por qué estamos en este proceso de reivindicación sólida, seria y además muy convencidos que tenemos nuestra identidad mapuche muy compenetrada», resume David.

Más de dos décadas ha costado que dicha identidad haya retomado un sitial en la sociedad chilena, tras haber sido subyugada con las peores tierras, casas y empleos. Tras haberles llenado de motes que los negaba culturalmente hasta de su propio nombre como pueblo tal como lo plasma magistralmente en su poema INE (Indio No Estandarizado) que plasma adjetivos como flojo, hediondo, aborigen, terrorista o quema bosques.

En Cerro Navia, donde sigue viviendo el artista, los mapuches se han ganado un espacio propio. Sin embargo, la llegada de los haitianos dejó en manifiesto ese racismo tan made in Chile:

«A un niño mapuche ya no se le dice «indio culiao». Pero sí se puede decir «negro culiao» o «negra culiá» y yo lo he visto. El racismo chileno sólo ha cambiado de foco, nada más. Es la intolerancia completa que tiene la insularidad de este ser chileno, periférico ante su propia región».

¿Qué opinas que los chilenos no podamos vernos en el espejo de la mapuchicidad a pesar de todos tener un nexo ahí?

«Si uno parte de la matriz donde están estas estructuras de un racismo solapado como en las escuelas, se podría tener voluntad con el chileno común para generar un diálogo. En los ’90, Aucán Huilcamán hablaba de un nuevo trato, un nuevo diálogo, una nueva conversación y yo me agarré de esa consigna:

conozcámonos. Como dice Pedro Cayuqueo, nosotros invitamos. Siempre hemos sido amables. Anda a meterte a una casa del campo mapuche para que te digan:

cómase otro platito, hermano. El problema no ha sido nuestro, el problema ha sido de los otros. Entonces tenemos una obligación pedagógica tanto para re-educarnos, como para re-educarnos con el otro, con el vecino. En las escuelas donde se forma, en los centros culturales, en la televisión.

Una de las consignas que tengo que está en un librillo que hice dice que los únicos que no son gente de la tierra son los marcianos. Eso creo. Con eso te explico que dónde vayamos, nuestro canto, voz, escena, cuerpo, nuestras visiones y sueños, tienen sentido».

¿Tienes esperanza en el futuro?

«Eso te lo voy a contestar otro día».