Desde si está bien escrito su nombre hasta el cuestionable tratamiento como marihuana gourmet que le dan los grandes medios de comunicación. El interés por esta sustancia sigue creciendo y la tiene gozando de su minuto de fama. Pero ojo que se está convirtiendo en el chivo expiatorio perfecto para pegarle de costado a los intentos por normalizar el uso adulto del cannabis.
En 2017, según datos entregados por la PDI, se han decomisado más de 2400 kilos de “cripy”. Eso representa 4 veces más de lo decomisado en 2016 y ni hablar de lo que sucedía en 2015, donde la palabra y la sustancia eran muy conocidas en nuestro país.
Su irrupción en el mercado ilegal de las drogas este último año es innegable. La prueba es que hoy el paragua casi no está presente en la oferta callejera y el cripy se ha extendido ampliamente entre los usuarios por ser menos costosa (y de mejor calidad que un paragua) que los cogollos que circulan con exorbitantes precios bajo la excusa que son de raza.
Sí, porque hoy no hay cogollo ofertado (por muy mestizo que sea su origen) al que no se le achaque algún título nobiliario. Si se desconoce su nombre o banco de procedencia, siempre existe la posibilidad de argumentar qué tan sativa o índica es la planta o en qué zona geográfica fue plantada.
La cuestión es siempre apuntar a lo premium y, obvio, cobrar más.
Cogollos de raza y cripy compiten en un mercado que ahora exige calidad en cada calada. Atrás quedaron esos consumidores que en enero accedían a “puntas” y se sentían afortunados porque sabían que su consumo era parte de un ciclo en el que una planta nace, crece y desarrolla. Hoy el que compra marihuana quiere calidad todo el año, porque sabe que ese círculo se ha modificado gracias al desarrollo de las técnicas de cultivos.
Y en esa búsqueda de calidad, que parece gobernar todo nuestro consumo, el cripy surge como la versión pirata del fino, un nuevo paragua pero que ha sido mucho mejor marketeado: los grandes medios de comunicación lo posicionan como una marihuana gourmet y la industria del entretenimiento lo asocia a una vida de lujos. Esto hace un cruce perfecto con nuestro irrefrenable deseo aspiracional de querer acceder a algo de calidad aunque en el camino nos traicionemos y optemos por el producto de categoría b.
Porque —y creo que en eso estamos claro—el cripy que llega a Chile no es ese que vemos en los videoclips donde es parte de los excesos y lujos. Con suerte es una versión trucha, que debió recorrer miles de kilómetros en condiciones poco aptas para el consumo humano.
Sí, hay que reconocer también que muchos compradores de cripy solo acceden a ella por cuestiones propias del mercado negro (si tu dealer se cambió del paragua al cripy, qué le vas a hacer) y no por una cuestión aspiracional.
Sin embargo, esa nueva generación de fumadores que se iniciarán con el cripy serán los que luego asocien estar volados con estar noqueados. De este modo, el cripy ayudará a crear toda una nueva mitología sobre los efectos de la marihuana y propiciar así un retroceso en la normalización del consumo adulto.
Esa nueva mitología que viene de la mano del cripy ya está en marcha y ha permitido que los medios de comunicación hablen de elevado poder alucinógeno, de modificaciones genéticas, de alto contenido de THC, sin diferenciar entre cannabis y cripy. Y claro, en esa majamama de información todo queda en el aire, sin resolver, y el cripy sale fortalecido como marca.
Gracias a lo anterior, los dealer de cripy no tienen que esforzarse en vender su producto. El trabajo de marketing que pone a esta sustancia como un lujo (marihuana gourmet) y de gran interés (aumento de decomisos) hace que no necesite mercadeo.
Hoy, tenemos que convivir con el cripy y aprender a darle el lugar que se merece. Porque llegó para quedarse y encerrará en sí mismo todo aquello que no podemos achacarle a la marihuana, sea bueno o malo.
Eso sí, la razón principal de por qué esta sustancia seguirá gozando de buena salud comercial en nuestro país, está estrechamente relacionada con la política de “guerra contra las drogas” de las autoridades que históricamente han desarrollado.
No se trata de tapar el sol con un dedo y creer que demonizando el cripy se logrará revertir su consumo. Es más, si existiera una regulación responsable del cannabis sin duda tendríamos a muchos usuarios de cripy cultivando sus propias plantas. Pero el camino recorrido ha sido el inverso y las políticas de drogas durante años han intentado demonizar las drogas y solo han logrado el efecto contrario: que más gente consuma.
Por lo mismo, hoy es importante que sean los propios usuarios quienes sepan darle el lugar que le corresponde al cripy en y comenzar a ayudar a establecer una línea que nos permita hacer la diferencia entre esta sustancia y la cannabis.