El caso de Alberto Curamil: ¿Por qué está preso el premio Nobel Verde?
El caso de Alberto Curamil: ¿Por qué está preso el premio Nobel Verde?
Una sonrisa nerviosa se dibuja en el joven rostro moreno de Belén Curamil. Ante sus ojos el Opera House de San Francisco, Estados Unidos, está repleto. Toma aire y la emoción deja paso a un discurso histórico que habla de derechos ancestrales y defensa de la madre tierra: «Nos ha costado miseria económica, genocidio, usurpación de territorio, robo del agua y ganado, ejecuciones extrajudiciales, megaproyectos e invasión del monocultivo forestal, pero ¡seguimos vivos!»
Belén, de 18 años, habla acerca del mensaje de esperanza y continuidad de la lucha por preservar el equilibrio de la vida que les envía su padre, Alberto Curamil. Este dirigente mapuche, uno de los seis ganadores del premio Goldman -considerado como el premio Nobel ambientalista-, está preso en Temuco.
Alberto Curamil (42), es el lonko de la comunidad Radalko, distante a una decena de kilómetros de Curacautín, en la región de la Araucanía. Alberto ha sido un dirigente y articulador de las comunidades mapuche de la región, forma parte de la Alianza Territorial Mapuche (ATM) y fue la cabeza de un movimiento que provocó la detención en el 2016 de dos centrales hidroeléctricas que planeaban desviar más de 500 millones de galones de agua diarios del Cautín, uno de los ríos sagrados en la cosmovisión mapuche. En agosto del 2018, Alberto fue apresado y acusado por ser parte de una banda que intentó asaltar una caja de compensaciones de Curacautín en abril. Se le acusó, junto al peñi álvaro Millalén, de robo con violencia, homicidio frustrado en contra de Carabineros, secuestro y tenencia ilegal de armas.
La
fiscalía pide 48 años de presidio. Alberto Curamil sabe que es inocente.
Al igual que el jurado del premio ambiental Goldman que afirma que el
trato al dirigente se enmarca en el patrón de persecución al pueblo
mapuche en Chile y que se basa en una prueba muy débil: una llamada
telefónica anónima. Desde la cárcel, Alberto Curamil, se comunica con
Cáñamo.
Seguimos defendiendo el territorio
«Actualmente estoy en prisión preventiva producto de un montaje policial y político. Me involucraron en el tema porque con el primer detenido tenemos cercanía y contacto. Pero a mí me tomaron cuatro meses después. No tienen pruebas como para poder condenarnos, encontramos injusta esta prisión preventiva, pero estamos firmes. Nosotros como mapuche seguimos defendiendo el territorio», dice el lonko. En su tono se siente el aplomo. Está tranquilo.
Durante trece minutos habla sobre su lucha territorial, asociada a un número de comunidades amparadas por la ATM. Cada tanto la comunicación se entrecorta debido a que Alberto, para hablar con el exterior, precisa de un montón de monedas de cien pesos: «Estamos luchando desde hace años. Yo crecí en la represión de la dictadura militar, nací el año 77 y pude ver a los militares en el territorio, en la comunidad Temucuicui. Cubriendo el perímetro. Sobrevolando con helicópteros, con fusiles. Intimidando a nuestra gente. Desde niño conocí esto, en los 80, en los 90 y ahora, cuando nosotros asumimos esta lucha y formamos parte de la ATM, la persecución se mantiene en nuestra calidad de dirigentes acá en el Wallmapu».
Detener
a las hidroeléctricas fue la primera batalla de una lucha que amenaza
al pueblo mapuche desde diversos frentes. La guerra será por el agua.
Una decena de ríos de la región están en la mira: «Si hablamos de la
resistencia que tenemos en el territorio con respecto de los ríos, yo
creo que son varias las empresas que nos amenazan. Tenemos a la empresa
forestal que elimina prácticamente la totalidad de nuestra medicina. Por
otra parte, consumen casi la totalidad de las napas de agua. Estas
empresas día a día atentan contra nuestra naturaleza, territorio y toda
la vida existente ahí. Hoy un mapuche no tiene el derecho de agua».
El premio ambiental
Miguel Melin (49), profesor intercultural bilingüe y miembro de la ATM, acompañó a Belén, la hija de Alberto, a recibir el galardón a San Francisco. Fue entrevistado por CNN en Estados Unidos y conoce a Alberto desde que eran jóvenes en encuentros de dirigentes en Ercilla: «Lo que nos tocó vivir luego de ser despojados: ser una sociedad económicamente rica, con ganadería de más de tres siglos a ser pequeños campesinos pobres, sobreviviendo en menos de seis hectáreas por persona. Sobrevivimos con menos del 5% del territorio total y aún en esa estrechez, en esa reducción, en ese despojo, tú todavía puedes encontrar algo nativo, remedios, yerbas. Da cuenta de que somos una sociedad que a lo largo de la historia ha protegido su entorno. Tenemos mucho que dar al respecto y eso no ha sido tomado en cuenta».
Los pinos y los eucaliptus de las empresas forestales se han tomado miles de hectáreas ribereñas del río Cautín y vecinas a las comunidades mapuches. La región de la Araucanía tiene una sequía que se arrastra durante años, mientras que los derechos de las aguas las tienen otras empresas transnacionales. Defender la «territorialidad» se hace urgente. Al parecer de Melin, el premio Goldman ayudará a la visibilidad del problema: «Marca un hito, una hoja de ruta en el sentido de que la lucha territorial no tiene que ver solo con la cuestión de la propiedad en términos legales. De quién es la tierra. Tiene que ver, también, con la protección del agua y todo lo que está ahí. Porque eso afecta no solo a los mapuche, nos afecta a todos», dice.
Problemas globales y héroes locales. Eso es lo que destacan los premios Goldman. De los seis galardonados solo Alberto Curamil no estuvo físicamente, pero Belén cuenta que lo sentía todo el tiempo. Representar a su padre significó tomar un avión y salir de Chile por primera vez. Al teléfono desde su casa en el Lof Radalko, hogar que comparte con Isabel, su madre, y dos hermanos pequeños, rememora: «En el día de la premiación estaba nerviosa. Nunca había hablado ante tanto público y era un momento importante, donde uno iba a salir en vivo y en directo. Estaba nerviosa, pero cuando subí, sentí el apoyo de la gente y también pensé en mi papá. Tuve una fuerza para hablar que ni yo me la explico. Quería llorar. Tenía una confusión de sentimientos, pero me sentí muy bien con el apoyo de la gente. Muy apañadora».
Cuando Belén terminó su
discurso en San Francisco, el público de pie se transformó en una
estruendosa ovación. Lo que provocaron sus palabras aún la emocionan.
Fue tanto, que luego de terminado el evento muchas personas se le
acercaron, algunas llorando, otras queriendo una fotografía o saber cómo
apoyar la causa para la liberación de Alberto.
Dolores y esperanzas
«A mi mamá le da rabia, a veces se achaca porque igual es difícil ser mamá y papá a la vez. A mi mamá igual le da pena. Yo trato de ser fuerte y darle apoyo, pero es difícil vivir todo lo que estamos pasando. De primera, para ser sincera, me la pasaba llorando porque no sabía qué hacer. De alguna manera quería ayudar y sacar a mi papá de ahí, pero no podía. Cuando mi papá cayó preso nos siguieron vigilando. O sea, acá llegaban los pacos en la noche, como a las 12, daban sus vueltas, vivíamos vigilados. Los drones siguen aquí, andan a medianoche, cerquita. Entonces ha sido fome porque uno ni siquiera puede vivir tranquila en su propia casa».
Las palabras de Belén traslucen una realidad inimaginable. Un Chile aparte en que la segregación y la violencia son instituciones. Belén cuenta que su padre es un hombre bueno, que ha unificado a las comunidades y que todo lo que quiere es que Alberto salga. Pero no pierde de vista el problema total: «Quiero crear consciencia, que la gente entienda, y quitarle el pensamiento de que somos terroristas y malos. Cuando estuve en Estados Unidos dije que no solo el pueblo mapuche tiene que luchar por el medio ambiente, todos debemos luchar por estas tierras, por las aguas, por las aves… es importante».
***
Desde el teléfono de la cárcel de Temuco, se escucha la respiración calma de Alberto Curamil.
¿Qué sintió cuando Belén recibió el premio?
«Para mí y nuestros hermanos que estamos privados de libertad, ver el video, poder escucharlo… ver a mi hija fue un tema fuerte donde uno se emociona, pero sin embargo se guarda esa emoción. Y también existe mucha impotencia de estar en esta situación, sabiendo de que estamos acá por nuestra lucha en la defensa de la vida y del territorio».
La
siguiente audiencia de los acusados del asalto de la caja de
compensación está fechada para junio. Alberto cree que el tribunal
deberá absolverlos, pero sospecha que la presión política y de los
inversores transnacionales pueda dar vuelta la tortilla y confinarlos
como presos políticos: «La existencia no se desaparece con la muerte de
uno de nuestros hermanos. Creo que nos fortalece, aunque es injusta.
Siempre hemos dicho que, si es necesario ofrendar o defender con nuestra
vida, lo vamos a tener que hacer», asevera.
Alberto, ¿qué mensaje le enviarías a los lectores de esta nota?
«El mensaje es que es posible que nos podamos fortalecer mutuamente. Con toda la sociedad, con toda la gente pobre que hemos sido reprimidos por un Estado que obedece a las inversiones capitalista extranjeras. Hoy todos los territorios están amenazados, como hemos visto en Petorca y en Quintero, o como se construyen las represas en el Cajón del Maipo. Es importante que podamos hacer consciencia sin importar las diferencias sociales o de pueblos. Somos gente pobre y queremos que la naturaleza pueda seguir existiendo. El llamado es a acercarse, conversar, reunirse y organizarse para poder defender todo lo que es parte de nuestra vida».