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Drogas y videojuegos: una combinación interesante

El brillo de la luz de la luna ilumina un sórdido paisaje, con muros destruidos, piezas metálicas y muchos cuervos. Mientras intento arreglar un generador, uno de mis compañeros es perseguido por un asesino enmascarado que -con sierra en mano- deja al infortunado compañero en el suelo. Lo toma, lo lleva lejos y lo cuelga con un gancho que le atraviesa el hombro. La paranoia se mezcla con la euforia, mientras el corazón aumenta su ritmo, y yo confundo la fantasía con la realidad mientras me pregunto si me quedo escondido, o voy al rescate.

Consecuencias que no importan.

Dead by Daylight es el nombre del juego. Es un juego violento, diseñado para emular la atmósfera y el suspenso de una película de terror. Y lo logra. Yo lo jugué en LSD, y pude sentir miedo genuino, y una aceleración cardíaca digna de paro. La emoción de la experiencia me envolvía en esos momentos, y me encontraba a veces respirando acelerado, sudando o gritando. Ciertamente, algo para no olvidar. Y muchos menos cuando después de eso, prendí un faso, y no paré más de jugar.

Dícese que los videojuegos pueden ser una adicción, y se les ha llegado a comparar directamente con drogas y estupefacientes de primer grado. A lo largo de los últimos 20 años, han sido también centro de controversia ante eventos violentos, tal como lo fueron ciertas tendencias musicales en los años 2000, cuna de los primeros tiroteos escolares, como Columbine.

Para mí son todo un placer, y estoy seguro de no ser el único que llega a peguntarse si sufre de una adicción. Yo la disfruto de todas formas. Me gustan las drogas, también. Y mezclar esas dos de mis cosas favoritas puede ser toda una aventura, para bien o para mal.

Desde los comienzos de mi adolescencia, los juegos de video fueron parte de mi diario vivir. Hoy, ya un adulto irresponsable, lo siguen siendo, esta vez con una mirada distinta, quizás un poco más analítica y madura, y ciertamente bien volada.

Con un amigo, jugamos Pro Evolution Soccer desde su edición del 2008, pasando a lo largo de los años de edición en edición, y siempre hay mucha marihuana entremedio. Muchas veces, jugamos mucho rato sin hablar una palabra. Otras veces, reímos y hablamos, nos burlamos y maldecimos mutuamente. Sin importar la dinámica, el humor o la droga de elección, yo siempre pierdo, sin importar qué hagamos, ni qué fumemos. Hemos intentado jugar en LSD, pero el caos es demasiado y nos supera.

Así, muchas veces me he preguntado si quizás la droga impide una comunicación más amplia con quien juega conmigo. Mi amigo y yo tenemos este ritual semanal, que se ha mantenido igual por 10 años o más, y no pretendemos que cambie. Él siempre está dispuesto a ganar, y yo siempre estoy dispuesto a perder, y con eso basta. Hay también, veces en que simplemente no hay drogas para compartir.

Pero nunca hemos podido jugar lúcidos, o al menos nunca con el mismo ímpetu, ni ganas, ni goce que cuando María nos acompaña. La vida alrededor del juego parece no tener ningún sentido si no es con la parte esencial del rito, el faso, presente. Violar esa regla santa es capaz de destruir cualquier plan de campeonato. Sin faso, simplemente no se juega ni PES 2017, ni Tony Hawk, ni Rocket League, ni siquiera ajedrez.

No pasa lo mismo si se trata de un juego en línea, donde también compartes con una o varias personas que están al otro lado, haciendo lo mismo que tú. No siempre es posible generar estos encuentros, en que todos los participantes de un juego están drogados, pero tampoco es imposible, y cuando ocurre siempre tiene buenos resultados hilarantes, lo que se agradece como una coincidencia cósmica, un azar calculado especialmente para ti, para energizar la volada, y llevarte a la gloria de la victoria o del éxito, o del fracaso y la adrenalina, dependiendo de lo que juguemos.

Jugar bajo los efectos de nuestra droga favorita puede ser una experiencia muy gratificante, o aterradora, y todo lo que puede haber entre esas dos. Siendo un adulto, encender un faso y jugar es posible de forma cotidiana, y si bien hay muchísimas opciones distintas para jugar distintas ramas y disciplinas de videojuegos, a veces, sin un estimulante externo, es difícil lograr la sensación de inmersión que podemos lograr cuando sí logramos juntar estos dos placeres.

Pero los mismos videojuegos nos pueden ayudar a emular los efectos y darnos algo de confort, o subir nuestro propio viaje a un nuevo nivel. Recordemos que desde que vimos a Mario usar Amanita Muscaria para agrandarse y pisar tortuguitas ha pasado mucho tiempo, y desde entonces hasta ahora los videojuegos, especialmente en ciertas áreas etarias en los últimos años, han logrado captar, con poco éxito pero resultados muy interesantes, la experiencia de distintas drogas. Ejemplos de la era más reciente pueden incluir la saga de Grand Theft Auto, que en su última entrega te da a probar tranquilizante de caballos y te lanza al vacío desde una nave espacial, algo que bajo el efecto de nuestra droga favorita se debe ver espectacularmente bien. O también puede ser la saga de Max Payne, que basa toda su historia en torno a la droga Valkyr, y cuya última entrega nos lleva profundo a las entrañas de las favelas de Brasil. De más está decir que el espectáculo visual deja con la boca abierta, incluso estando lúcido.

Como en el cine, el uso de drogas en los videojuegos es bastante común, y en la industria generalmente se tiende a ver a estas inclusiones como un deseo por parte de desarrolladores de crear experiencias de juego realistas. Pero generalmente los efectos de las drogas digitales son muy diferentes a sus efectos en la vida real. De hecho, distintos estudios han concluido que el uso de drogas en videojuegos tiene en un gran porcentaje la cualidad de entregar beneficios al jugador, como regenerar vida perdida o entregar nuevas y mejores características. En la vida real las cosas son definitivamente distintas, o al menos, cualquier efecto benéfico no es percibido de forma empírica ni inmediata como en un videojuego.

Ser o no ser adicto, una difícil elección.

Los índices actuales indican que el porcentaje más grande de menciones o uso de drogas por género de juego corresponde al de acción, con ‘shooters’ siguiendo de cerca. En cuanto a ventas, las cifras se dan vuelta. Juegos como la serie de Call of Duty, Counter Strike, Hotline Miami o Skyrim no solo mencionan a las drogas, sino que se usan para obtener distintos efectos, que en su gran mayoría tienen que ver no necesariamente con beneficios directos, sino que van dirigidos simplemente a desorientar al jugador. Es el caso del defecto de Valkyr en Max Payne, ADAM en Bioshock o directamente esteroides, como Duke Nukem.

Es fácil para mí pensar que jugar es un problema. A veces lo siento así, pero jugando se me pasa. Otras veces no lo cuestiono, y me veo con el paso de los días preguntándome qué estoy haciendo con mi vida. Igual que con el LSD, o los fasos en el aburrimiento.

El tema de la adicción, desde lo objetivo, es bastante complejo. No existen muchos estudios al respecto, y los estudios que sí existen se concentran mayormente en la población asiática, donde el juego se enmarca en la vida cotidiana de adolescentes y adultos de forma permanente, y donde existen centros especializados, ideados especialmente para tratar con la tendencia al juego excesivo. Consideremos, eso sí, que si bien jugar 8 horas al día puede parecer bastante para un adulto-joven promedio, existen varios casos de jóvenes, mayormente asiáticos, que han fallecido por un verdadero exceso de juego, de hasta 36 o 72 horas de juego continuo, sin dormir, y solo con idas breves al baño, alimentándose de bebidas energéticas. Todo junto, suena como un combo ultra divertido, hasta que uno se cuestiona, quizás a diferencia de ellos, si todas las horas que pasamos frente a la pantalla valen o no la pena.

Y aquí entran las drogas. Aviv Weinstein, psicólogo de la Universidad Ariel, de Israel, confirmó con docenas de estudios que la estructura y función de algunas regiones del cerebro cambian cuando la gente juega de forma excesiva, de la misma forma que cuando se consumen drogas. Según él, este hecho fortalece el argumento que dice que el juego compulsivo puede ser, de hecho, clasificado como un desorden mental.

Por otro lado, Christopher Ferguson, psicólogo de la Universidad de Stetson, en Florida, sostiene que cualquier actividad placentera produce cambios en el cerebro, y la magnitud de esos cambios difiere inmensamente. Según él, jugar un videojuego aumenta los niveles de dopamina entre un 100 y un 200%, y la metanfetamina lo eleva en un 1.400%.

Así, resulta fácil pensar que la combinación de una actividad placentera -el juego-, y una droga de nuestra elección que nos permita elevar la experiencia, y nos pueda sumergir en un mundo alternativo donde tenemos el control y que llene nuestra imaginación y ojos de imágenes sorprendentes es una forma buena, sana y saludable de bajar, por ejemplo, de un buen trip.

No hay que olvidar, eso sí, que existen estudios que afirman que el consumo habitual de marihuana tiende a declinar los niveles de producción de dopamina en el cerebro a medida que sus receptores se van regulando, y así, jugar sin volar se puede volver aburrido.

No es común encontrar especialistas en el tratamiento de la adicción a los videojuegos. Muchas veces, sus métodos pueden no estar lo suficientemente estudiados, y muy pocas veces el tratamiento está cubierto por seguros. Por lo mismo, muchos jugadores han tenido que buscar formas de aliviar su problema por su cuenta.

Ferguson indica que, a diferencia de los jugadores de videojuegos, lo que mantiene a un jugador de ruleta en su silla es el «refuerzo intermitente», la sensación de que el gran premio puede llegar en cualquier momento. Mientras, la mayoría de los videojuegos, especialmente los de acción, están basados en el «refuerzo continuo», recompensas que vienen en intervalos predecibles, como cuando se derrota a un enemigo o se avanza al siguiente nivel, dándole más control al jugador. Se ha encontrado, también, que la gente que suele jugar videojuegos de manera compulsiva, a menudo tiene alguna afección como un problema de ansiedad o depresión, con los videojuegos actuando como cubierta para un problema subyacente.

Los centros de tratamiento, como decíamos, son comunes en Asia, tomando muchas veces la forma de campos de entrenamiento. Los tratamientos son muy parecidos a aquellos que se usan para tratar la adicción a las drogas o al alcohol: terapia grupal e individual, lecciones para sobrellevar la abstinencia, y la creación de un plan de abstinencia para cuando el adicto vuelve al hogar, lo que incluye un mínimo de 30 días sin usar ningún tipo de tecnología, para luego reevaluar pasos saludables para traerla de vuelta a la vida cotidiana.

A veces, mientras juego, me imagino a mí mismo en situaciones como esas, en un centro de rehabilitación para adictos a jugar. Y no me gusta lo que imagino, por lo tanto, no lo haría. Hace tiempo, estuve meses alejado de la tecnología, y si bien lo agradecía mucho, me encontraba muchas veces pensando en mis queridos juegos, los que poseo y no juego, y los que juego y no termino. Estoy seguro de no ser el único que es capaz de jugar todo el día, y que lo hace si tiene la oportunidad.

Según estudios de la universidad inglesa Nottingham Trent, se cree que los videojuegos pueden convertirse en una real adicción, pero que pasa con muy poca frecuencia. Algunos investigadores creen que 1 de cada 10 ‘gamers’ son adictos, pero Mark Griffith, de la mencionada universidad, piensa que la relación es más bien 1 en 1.000, argumentando que una adicción tiende a disminuir el goce de la vida, en vez de darle diversión. Hay evidencia que indica que el mismo tiempo puede curar a los jugadores excesivos, y que estos «comportamientos excesivos» como el juego, las compras y el ejercicio suelen mostrarse como fenómenos transitorios, siendo mecanismos que permiten lidiar con problemas de la vida real o psicológicos como ansiedad o depresión.

En gustos…

No hay nada escrito. Y no es solo para completar el título, sino también para exagerar el hecho de que, efectivamente, existe poco estudio al respecto de la adicción a los videojuegos. Es un campo que se viene investigando hace alrededor de 20 años, y al que aún le faltan unos cuantos. Mucho menos existen estudios con respecto a la combinación de drogas y videojuegos. Lo que sí existe es drogas dentro de ellos, y hemos podido ver de qué manera afecta al mercado de los últimos 20 años, con un aumento en la venta de los shooters y juegos de acción.

Existe en Internet una infinidad de listas que numeran ‘los mejores juegos para jugar volado’. Y es que pareciera que la marihuana es la droga de elección al momento de sentarse frente a la pantalla. Lo es también para mí. Y como en gustos no hay nada escrito, creo que se debe dar vuelta la pregunta, y hacer una lista de cuáles son las mejores drogas para jugar videojuegos. Lamentablemente no existe ninguna investigada, pero sí existen foros con distintas opiniones y elecciones de jugadores que combinan ambos placeres.

A mí me gusta fumar marihuana mientras hago cualquier cosa, y lo que más me gusta es jugar lo que sea. Volado soy malísimo en todo, pero sufro cuando imagino un escenario en que no pueda compartir con un amigo, mientras me destruyen en PES. Seguro que no soy el único que disfruta más sus juegos así.

Mario Kart 64 en unos 70mg de ketamina parece ser la combinación favorita de un usuario. Otros relatan la remoción de sus muelas del juicio, y cómo las pastillas que les dieron, percocet o hidrocodeína, les dan horas de diversión destruyendo cabezas de zombies nazis. Otros gustan de la combinación de LSD y Skyrim. Hay juegos para todos los gustos, y también sustancias para combinarlos. Desde un simple café que nos ayude a pensar en una partida de ChessMaster o Company of Heroes, hasta un trip para entrar conscientemente a la película de terror que es Dead by Daylight, hay todo un rango de infinitas posibilidades para traer a nuestra mente lo irreal como real y viceversa, sumergirnos en un mundo de fantasía corriendo el riesgo de que sea difícil salir después. La elección es personal y hay que saber disfrutarla ciertamente con responsabilidad, y con una disposición positiva, como un evento especial en que la diversión es prioridad, ojalá con amigos, ojalá que sea bueno, ojalá que no te dé la pálida, ojalá que nos encontremos por ahí.