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Científicas argentinas estudian al cannabis con paciencia de mosca

«inventaron un cristal que dejaba pasar las moscas. La mosca venía empujaba un poco con la cabeza y, pop, ya estaba del otro lado. Alegría enormísima de la mosca». Progreso y Retroceso, Julio Cortázar.

Aquellos que tengan más de 40 años recordarán aquel personaje de Jeff Goldblung al cual un experimento le salía mal y terminaba convertido en una mosca babosa, molesta y enorme. Bien. Ahora imaginen el camino inverso: una mujer, también científica, trabaja con éxito en su laboratorio y se convierte en mosca, pero en una delicada y sin la fuerza de la otra, aunque capaz de atravesar su propio cristal y ser libre.

Paola Ferrero está a 3.500 dólares de poder estudiar si aquello que ya descubrió con apenas 30.000 pesos argentinos puede significar un avance mundial. La mujer tiene 42 años y es directora de un proyecto que nació gracias a donaciones e inversiones del propio bolsillo, pero que ya descubrió importantes alteraciones del cannabis en la actividad cardíaca de las moscas de la fruta, un sistema muy parecido al humano.

Las moscas fueron divididas en dos grupos. Ambos fueron expuestos durante diversos períodos de tiempo a vapor de cannabis.

Uno de los grupos inhaló dos dosis diarias de vapor de cannabis en un plazo de 5 a 8 días, y el otro lo hizo entre 11 y 13 días.

Luego se analizó el comportamiento de las células del corazón, el latido, la frecuencia cardíaca, el índice de arritmia y se evaluó cómo afecta el consumo en comparación con un grupo de moscas control que no habían sido expuestas al cannabis.

«Lo que logramos ver en las moscas que estuvieron expuestas entre 11 y 13 días al vapor de cannabis es que se va dando un efecto de acostumbramiento y aumenta la contractilidad del corazón, es decir la fuerza con la que éste se contrae», cuenta Maia Rodríguez, una de las investigadoras, y recuerda que «un corazón con mayor contractilidad responde mejor a condiciones de estrés, por ejemplo».

Su compañera, Ivana Gómez, advierte que, «en el grupo que inhaló cannabis durante menos tiempo lo que vimos se corresponde con los efectos conocidos para un consumo agudo». «Eso pudo comprobarse en los experimentos ya que se ve un incremento en el índice de arritmia», aclaró, en sentido opuesto.

Para las investigadoras esa mayor contractilidad está relacionada con un aumento en los niveles de calcio al interior de las células cardíacas, «lo que permitió tener una idea sobre el mecanismo celular que provocaría ese proceso».

El trabajo aporta un dato adicional muy importante: el efecto del cannabis sobre el corazón se da incluso en ausencia de los receptores de cannabinoides típicos del ser humano y del resto de los mamíferos, conocidos como CB1 y CB2.

¿Por qué moscas?

Las llamadas moscas de la fruta -conocidas científicamente como Drosophila Melanogaster- tienen un modelo genético excelente y tiene bajo coste de mantenimiento en el laboratorio, pero además tiene genes muy parecidos a los de los seres humanos, o en realidad sería al revés dado que ellas aparecieron primero en el mundo.

El corazón es parecido, las moscas envejecen y tienen arritmias. Además hay modelos de moscas que reproducen enfermedades humanas tales como párkinson, diabetes, epilepsia, obesidad, cáncer y alzhéimer.

«Son nuestras hijas postizas», bromea Paola Ferrero, «las llamamos la diabética, la epiléptica».

En la Universidad de La Plata tienen más de 50. Las crían en unos tubitos que contienen polenta, azúcar y agar. «Queda como una gelatina de polenta, crecen, ponen sus huevos y las larvas comen. Después las cambiamos de tubo para que no se reproduzcan intrafamiliarmente, porque eso altera el código genético, también para evitar eso vamos llevando un árbol genealógico de cada una», cuenta.

Conseguir moscas para investigación no es sido difícil si uno puede acreditar ser investigador. Existen tres lugares en el mundo que son repositorios o bancos de moscas, en Indiana, Estados Unidos; Austria y Kyoto, Japón. Los insectos están a disposición de todos los científicos alrededor del mundo. Sólo basta con pedirlas y pagar el envío.

En realidad tienen un valor representativo, de 5 dólares, o sea, es más caro el despachante que la mosca transgénica. En términos criollos, la mosca no vale mucha mosca, pero sí la rosca: El despachante vale tres veces más que la mosca transgénica. El problema empieza cuando tocan el siempre burocrático suelo argentino.

El dilema del huevo y la gallina

«Las moscas tienen los mismos problemas de aduana que puede tener un televisor», relata la investigadora, «El trámite es muy burocrático, implica meses de gestión y las moscas nunca llegan… o vas a buscarlas a la aduana y siempre falta algún papel».

La burocracia no sabe de tiempos, y tampoco de biología, dado que las moscas son organismos vivos y un mes de demora ocasiona la muerte. El proyecto de las «moscas fumadoras», cómo bromean en los pasillos de la universidad arrancó más débil que una larva. Todo fue hecho en forma artesanal y usando los mínimos recursos.

«El proyecto por el cual publicamos no fue financiado sino que utilizamos recursos generales mínimos para sacarlo», cuenta Ferrero y recuerda que «Tuvimos que vencer el escepticismo de los propios colegas porque ellos son los que aconsejan si nos financian o no».

«Hay como un loop, también dicho en criollo, el dilema del huevo y la gallina (o en este caso la mosca): para financiarte te piden preliminares pero vos no podes publicar si no tenés financiamiento. Entonces, es muy difícil salir de ahí hasta que alguien se enciende y se da cuenta de que, cuando presentamos esto, la ley todavía estaba en discusión», reflexiona la mujer.

A pesar de la falta de apoyo el equipo de investigadores tenía buenos antecedentes, ya que antes de la experiencia actual expusieron a las moscas al tabaco y también encontraron que esa planta cambia la frecuencia cardiaca, aunque todavía no se conocen efectos adversos y beneficiosos de la nicotina.

Ferrero dice que el equipo podría identificar el mecanismo de acción por el cual surgen esos efectos, o sea, porqué el cannabis produce eso, y a partir de allí estudiar la posible extrapolación al sistema humano, «pero para eso necesitamos reactivos de biología molecular por un valor de 3.500 dólares».

En agosto del año pasado, la Agencia Nacional de Promoción Científica y Tecnológica recibió proyectos para financiar a tres años por un valor de 18.000 dólares por proyecto. Sin embargo, a más de un año todavía no se sabe quién los ganó. El dinero se depositará recién el año que viene, y se sabe que el dólar en Argentina es más inquieto que una mosca.

Inversión extranjera

Un viejo dicho del Martín Fierro, el texto de referencia costumbrista del mundo rural argentino y, al mismo tiempo, un compendio de valores morales, dice: ‘los hermanos sean unidos, porque esa es la ley primera. Tengan unión verdadera en cualquier tiempo que sea, porque si entre ellos pelean, los devoran los de afuera».

Algo similar ocurre con la investigación pública en Argentina en torno al cannabis (y también en un contexto más general). Empresas extranjeras que ingresan al país y buscan implantar su marca apoyan a investigadores ya sin nudillos, por golpear las insonoras puertas del Estado.

El caso más reciente es Canopy, el gigante canadiense que concentra gran parte de sus cultivos en Colombia, y que llega al Cono Sur con un modelo de negocios por ahora más orientado a la academia.

«Argentina tiene que discutir cómo incorporara al sector privado», dice Marcelo Duerto, CEO regional de Canopy a Cáñamo.

La firma acaba de firmar un convenio con la Universidad de Buenos Aires (UBA) que tiene tres patas, según señala el ejecutivo.

La primera, en curso, es la conformación de un curso de posgrado, tanto para graduados como estudiantes médicos sobre cannabis en general donde, entre otras cosas, se enseñaría el sistema endocannabinoide, una vieja deuda del sistema educativo universitario argentino.

El segundo pilar tiene que ver con estudios clínicos o preclínicos sobre áreas de la salud que todavía no están determinadas. Otra posibilidad es la de investigar con mascotas y animales, casualmente, otra de las investigaciones en curso en la Universidad de La Plata.

La tercer pata también tiene que ver con investigación pero más relacionado con genética de las plantas. La idea es poder investigar las genéticas de Canopy en la región cultivando en terrenos que la UBA tiene en distintos puntos del país.

«En Argentina todavía hay un cierto cuidado y una estigmatización de la planta. Por eso para nosotros es fundamental poder aportar nuestro granito de arena con educación e investigación», opina Duerto.

Pero, claro, todo eso lo está trabando el propio Estado.

La ley votada hace un año y medio limita la investigación al referirse sólo a una patología: la epilepsia refractaria, por lo que todavía no están dadas las condiciones para asegurar inversiones del tipo descrito.

«América Latina tienen distinto grados de evolución», dice Duerto, «tenés México y Perú, que son tal vez los más avanzados desde el punto de vista regulatorio y que permite a la empresa privada desarrollar sus negocios, luego Argentina o Brasil, donde la regulación está un poquito más retrasada desde el punto de vista de participación».

Sin embargo, cree que «Hay una gran oportunidad para Argentina, hay que trabajar muy fuerte para que la regulación sea moderna, facilite el acceso a un producto de calidad y permita la explotación comercial del cannabis en sus diversas variedades».

«Sería bueno que la inversión privada se acerque, sobre todo a este tipo de experiencias», propone Paola Ferrero y, dándole sentido a este artículo, opina que «La comunicación también debería ayudar a bajar los prejuicios para que se unan esas partes».

Mientras eso ocurre, Paola ya es feliz: «El descubrimiento nos levantó el ánimo a todos porque veníamos cascoteados, nos preguntábamos qué sentido tenía y nos desmoralizaba la falta de recursos, pero salió».

«Hoy me siento una mosca libre porque de alguna forma siempre termino haciendo lo que quiero».