Chile, nación marihuanera
Hablar con Marcelo Ibáñez no es sólo tener la oportunidad de conversar con el periodista que acaba de publicar una breve historia sobre la marihuana en Chile y el mundo por editorial Planeta. Es también la posibilidad de reconocer ciertos rasgos de la cultura cannábica chilena que nos unen y que nos hacen, por sobre todo, darnos cuenta de que somos un pueblo que ha desarrollado una larga relación con esta planta. Siempre supimos que Chile era volado, pero gracias a la lectura de «Un viaje Fantástico» y la charla con Marcelo, queda claro que así es.
Por Equipo Cáñamo
¿Qué tienen en común la ropa de los soldados chilenos en la Guerra del Pacífico, las arpilleras de Violeta Parra, una estrofa en el himno de San Felipe o las excursiones de los hippies made in Chile a Los Andes?
La respuesta siempre será el cáñamo.
Y la razón es simple. En estas tierras la marihuana crece frondosa, ha sido cultivada desde la Colonia y su consumo recreacional ya lleva más de medio siglo o tal vez más como nos sugiere Marcelo. Podemos incluso decir que Chile tiene su propia cultura cannábica y que lleva a cuestas varias generaciones de consumidores, que comparten ciertas costumbres que en los últimos 10 años han ido cambiando drásticamente.
«Creo que de los 70’s a los 2000 se mantuvo la misma vieja cultura cannábica. Por ejemplo un cabro de 20 años ha fumado siempre con filtros. En cambio a mí me gusta quemarme los dedos. Yo no sé si algún cabro de ahora se ha tragado una cola. No he visto a pendejos con los dedos amarillos de tanto fumar. Ocupan parafernalia, vaporizan. Yo, en cambio, no sé hacer un bate y voy a preferir un cogollo antes que el rosin. Son cuestiones casi antropológicas, de costumbres relacionadas con el consumo que van pasando de generación a generación y algunas de esas cosas perduran y otras desaparecen».
En ese cambio de generaciones cannábicas Marcelo ve una riqueza cultural, esa misma que pudo recoger y así darle vida a la primera parte del libro donde sus propias voladas se van entretejiendo con nuestra historia nacional marihuanera.
«Uno se introduce a la marihuana generalmente con un amigo que ya tuvo experiencia con la planta y ahí se van cruzando las generaciones. Yo vengo de esa cultura donde la marihuana nunca se negaba. Si yo le pedía un pito a un amigo y tenía, él te regalaba. No sé si eso es tan así ahora. Ahora está eso de fumar caleta. Creo que la nueva generación de consumidores es más pro capitalista. Viven alrededor de la plata y se genera una cultura que no tiene mayor problema en generar riqueza o trabajar alrededor de la marihuana, ya sea teniendo un micromedio en Instagram o un growshop. Lo que te digo no es una crítica, es simplemente una observación de cómo las personas van cambiando su relación con la planta».
Sin embargo, este conocimiento que se construye alrededor de la cultura cannábica y que ha pasado de generación en generación, deambulaba entre el mito y lo histórico y, si eras un volado que quería defender su postura, no existía un texto en el cual apoyarse. Por eso el libro de Marcelo Ibáñez llama la atención y le produce curiosidad a quienes no tienen contacto con la marihuana, y para los consumidores medicinales y recreacionales viene a consolidar ciertos argumentos que valen la pena volver a instalar, tal y como se describe en la introducción de este viaje fantástico:
«Lo único que no se incluirá en este libro es
la historia de una persona que haya muerto por consumo, uso o abuso de
cannabis, por el simple hecho de que, en seis mil años de historia de
consumo humano con fines recreativos o medicinales, no ha existido
ningún caso concluyente y validado por la comunidad científica de
alguien que haya fallecido por sobredosis de cannabis».
Chileno marihuanero
«No siento que haya descubierto tanto en realidad. Siento que le di forma a algo que estaba disperso porque -finalmente- ya existían todos los trabajos de Juan Caldichoury, Nelson Rivas, de Hugo Quilodrán que estaban como trabajos historiográficos sueltos sobre el cultivo de cáñamo», aclara Marcelo cuando se refiere a su libro al que califica como un ensayo histórico, muy en la línea de lo que viene haciendo Baradit.
Pero ¿qué hace que Chile sea un país de fumetas? Marcelo se debe haber interrogado sobre el tema, seguramente, muchas veces a medida que investigaba y escribía el libro. Nosotros se lo preguntamos y mientras se tomaba su expresso teorizó sobre el tema.
«Lo que explica que en Chile se fume tanta marihuana o que tengamos una relación más libertaria con la marihuana, a diferencia de otras sociedades, es que tiene que ver la larga tradición de cultivo y, también, porque hay una generación que la consumió de forma libre cuando no estaba prohibida y pudieron experimentar en carne propia los efectos y eso traspasó generaciones. Otra de las razones son las condiciones sociales en las que vive en nuestro país. Vivimos en una sociedad muy competitiva, súper estresante. Te da una enfermedad terminal o grave y pasas de clase media a la pobreza de un golpe. No tenemos nada asegurado y por eso todos compiten. Ahí, la marihuana funciona como un ansiolítico, como un relajante porque es una sustancia que te hace más empático».
Esa capacidad de ponerse en el lugar del otro, de detenerse y darle una doble lectura a lo que nos rodea, es lo que de alguna manera hace de la marihuana una sustancia tan desafiante para los que detentan el poder.
«Sigo insistiendo en que es una droga
anticapitalista porque te baja el ritmo y te hace ser más contemplativo,
más introspectivo y que son cuestiones que se contraponen con la idea
de productividad. Por eso creo que es perseguida, a pesar de que está
demostrada su seguridad en comparación con el alcohol y el tabaco, por
nombrar a las drogas legales de más consumo en el mundo».
La industria de la marihuana como polo económico
La industria legal de la marihuana a nivel mundial crece año tras año. En países como Canadá, primer país del G20 en legalizar la marihuana con fines recreativos, se vive una suerte de fiebre del oro verde que ha propiciado que empresas como Aurora Cannabis Inc. crezcan exponencialmente y coticen en la bolsa. Algo similar pasa en algunos estados gringos donde la marihuana comienza ser legalizada y donde se espera que la industria de la marihuana ascienda a US$75.000 millones para el 2030.
Con esas cifras no es descabellado pensar en lo rentable que sería para nuestro país volver a su centenaria tradición de cultivador de cáñamo.
«El otro día en CNN me preguntaron si la marihuana legal puede ser un reactivador de la economía. En Israel, el Ministerio de finanzas con el de salud, realizaron en conjunto un estudio para ver cuánta plata se estaban perdiendo por no poder exportar cannabis. En ese estudio concluyeron que Israel perdía 1200 millones de dólares que no entraban a su economía por no exportar cannabis regulado. 1200 millones de dólares al año que no es significativo para reactivar la economía pero sí genera trabajo, crecimiento, empleo, genera un nuevo desarrollo productivo importante. Además sabiendo que la planta se da muy bien en nuestro país. Si Chile ya fue el tercer productor de cáñamo mundial en algún momento, podríamos llegar a producir un montón de cannabis tanto para el mercado recreativo como medicinal», argumenta Marcelo. Eso sí, recalca que más que una industria que reactive la economía podría ser más bien un polo industrial.
Pero de la misma forma en que Marcelo nos da cuenta de la lógica del relajo con que los chilenos hemos ido relacionándonos con la planta, nos deja en claro la forma en que la elite se vincula con esta planta en particular.
Todo está tan normalizado pero no hay cambio en la ley. Todo ha venido del activismo, de un cambio social, de un cambio político y de la gente que dejó de tener miedo y dijo: pico si esto me sirve o me gusta o no me importa mucho lo que diga la ley. En Chile en estos temas la elite prefiere mirar para el lado, como se dice siúticamente un Laissez faire o dejar ser. La autoridad sabe que existen growshops y que hay consumo pero no aprieta tanto la mano porque no genera un problema de salud pública.