Crónicas

Chile, Bolivia: y el mar a un costado

El conflicto del mar mantiene en disputa a dos países vecinos, pero más que diferencias, existen grandes similitudes que nos unen, como su gente, que llena de sueños y necesidades, cruza las fronteras en busca de un mejor futuro, sin importar el qué dirán.

Por Nathaly Norambuena A

Con apenas dos grados y un sol que a las siete de la mañana quema intensamente, Brígida, de diez años, se alista para ir al colegio. Como siempre ella está alegre de poder asistir a clases, pero este día es especial. Es un 23 de marzo. Y aunque se encuentra a 4.600 metros de altura sobre el nivel del mar, ella sueña con sentir la brisa de las olas en su rostro. Esa de la que tanto hablan sus profesores en el colegio “Antofagasta”, ubicado en la zona Nuevos Horizontes de la urbe alteña, en La Paz. Bolivia.

Al llegar al establecimiento, Brígida se incorpora en una fila y muy solemne, junto a sus compañeros comienza a cantar. “Antofagasta tierra hermosa, Tocopilla, Mejillones junto al mar. Por Cobija y Calama, otra vez a la patria volverán”.

Sus ojos se llenan de lágrimas, mientras su corazón se hincha de orgullo con la emoción de deber luchar por algo que le fue arrebatado. Así como refirió el agente chileno ante la Haya, Claudio Grossman, se trata de un argumento “sentimental” que arde dentro de su cuerpo.

“No se hablaba del mar, ni de las fronteras”

A más de 2.400 kilómetros de distancia, Felipe Quispe, uno de los más de 42.032 bolivianos que viven en Chile (según datos del Reporte Migratorio de Extranjería de septiembre 2017) se levanta con la misma pasión. Es el día del mar.

Él nació en La Paz, pero el destino lo llevó a atravesar las fronteras y llegar en un principio hasta Arica y luego a Santiago. “Yo vine de vacaciones, pero conocí a unos amigos que me invitaron a trabajar como mecánico y me quedé acá”, solo le falta el “po” al final de esa frase, para que suene completamente chileno y es que sus más de 50 años en estas tierras, no son en vano.

En ese tiempo todo era distinto, recuerda el hombre, “no se hablaba tanto del tema del mar, ni de las fronteras y menos todavía de los migrantes. Todo era trabajar y tratar de salir adelante con las familias de cada uno”.

Poco a poco, Felipe comenzó a forjar su futuro. “Primero trabajaba en talleres arreglando autos, y después, cuando mis conocidos se enteraron que estaba en Chile, me empezaron a pedir que les compre y les lleve encargos”.

Así llegó a Santiago, donde junto a su esposa, también paceña, decidieron radicar. “Tenemos cinco hijos” dice con orgullo, “todos bolivianos, pero también chilenos”.

¡Comunista!

Más allá del tema fronterizo entre ambos territorios, Felipe sufría por lo mismo que muchos chilenos, la dictadura militar. “Mi mayor miedo era que nos pasara algo a mi o a mi familia, esos si que fueron tiempos difíciles”, recuerda mientras mira concentrado al horizonte.

Tras descartar cualquier tipo de discriminación o racismo por su color de piel o su acento extraño, Felipe dejaba su casa con la angustia de no poder llegar. “Yo veía cómo se llevaban a la gente o cómo los golpeaban y eso me daba mucho miedo”.

Un día, mientras se encontraba en su hogar junto a su esposa, alguien abrió la puerta con una patada. Eran los militares, quienes venían a revisar el lugar porque alguien había hecho una denuncia de que ahí vivían unos comunistas.

“Yo no supe qué hacer. Me quedé en shock y empecé a decirles que estaban equivocados. Que yo no sabía nada y que no era comunista”. Afortunadamente para él y su esposa, justo entre los “milicos” había un teniente que lo conocía. “Él me vio y apartó a un soldado que me estaba golpeando. Le dijo que yo era boliviano, no comunista y me dejaron tranquilo”. Con su casa hecha un desastre, los temibles visitantes se fueron.

“Yo pensé que me iban a echar del país, porque todo estaba en conflicto, pero después se supo que Banzer (Hugo Banzer Suárez, expresidente de Bolivia y también dictador) y Pinochet trabajaban en común y que incluso estaban hablando del tema del mar para llegar a una solución”.

La solución nunca llegó y cada país siguió inmerso en sus conflictos sociales. Mientras Felipe se instaló en un puesto en la feria artesanal de la calle Santo Domingo, donde vende trajes e implementos típicos de su país. Desde ahí organiza a sus compatriotas para recordar año tras año sus tradicionales bailes y fiestas.

Los chilenos no nos quedamos atrás, porque en vez de viajar a países europeos como España o norteamericanos, como Estados Unidos, existe un porcentaje de al menos 43.577 chilenos (según datos del Instituto Nacional de Estadísticas de Bolivia) que prefieren ingresar a territorio boliviano. Ese es el caso de una destacada periodista, que logró ganar un lugar en el corazón de sus nuevos compatriotas.

“Más boliviana que el chuño”

Elvia Moya, vivía en el barrio alto, como era denominado el sector de Providencia en los años 70’. Estudiaba periodismo en la Universidad Católica, y su cabello rubio natural, junto a sus ojos verdes, le deban un aspecto angelical. Era una de las mejores alumnas y muy buena amiga. Fue así que al final de sus años académicos, a su curso llegó una compañera de nacionalidad boliviana, con la que se hicieron grandes confidentes. “Un día ella me dijo que iba a viajar a ver a su familia y me invitó a ir. Así llegué allá y me enamoré de La Paz. De sus cerros, sus montañas, su gente”.

Elvia recuerda que lo que más le impresionó era que en ese tiempo la gente salía a protestar en contra del presidente Hugo Banzer. “Para mí eso era algo maravilloso. Que yo no había vivido nunca. Sentí que había una libertad de expresión impresionante y como periodista, me cautivó”.

Sin mediar dudas, la joven periodista decidió emigrar a tierras altiplánicas. “De inmediato me incorporé a la universidad Católica de allá y terminé mi carrera. Conocí a mi esposo que también estudiaba periodismo y me conseguí un trabajo”.

Como en ese tiempo no había muchos profesionales en el vecino país, Elvia destacó rápidamente. “Comencé a trabajar en un diario que era de la familia de una amiga y así fui por diferentes medios hasta llegar al canal de televisión donde  me encuentro ahora”.

Ella, con su aspecto totalmente dispar a cualquier habitante de esa parte de la cordillera, logró ganarse el cariño de los bolivianos. “Siete de cada diez personas me ven a diario en el noticiario, y ven a una Elvia Moya chilena, que dice al tiro y que muchas veces mezcla las formas de hablar, porque a pesar de los años, el acento chileno es difícil de sacar. Sin embargo, me han abierto un espacio y me demuestran su cariño a diario. Nunca me han criticado ni discriminado, por el contrario, siempre mis compañeros y la misma gente me incluyen en sus actividades. Son muy querendones y respetuosos”.

A Elvia sus compañeros le dicen de cariño, que es más boliviana que el chuño (papa deshidratada típica del altiplano), lo que sería algo así como más chilena que los porotos. Ella se mueve por la ciudad como Pedro por su casa, y aunque sabe que Chile es su patria, ella se siente boliviana, “lucho todos los días por serlo”.

Un acto noble         

Su familia murió hace unos años, y aunque siempre quisieron tenerla de vuelta, nunca lo lograron. A pesar de ser una emoción muy profunda, la verdadera razón por la que sufre su corazón es la misma que incendia el alma de Brígida y Felipe, cada 23 de marzo las lágrimas invaden su rostro.

Cuando ella llegó a Bolivia, el tema no era trascendental, sin embargo con los años la importancia de recuperar el territorio marítimo fue aumentando e incluso, para la llamada “Guerra del gas” en 2003, le tocó reportear entre balas y cánticos en contra de Chile. “Ese fue un momento difícil, no para mí por ser chilena, porque yo ya soy boliviana, sino por la guerra social que se vivía”. 

En ese entonces el gobierno de Gonzalo Sánchez de Lozada, quiso exportar gas a  muy bajo precio hacia Estados Unidos y México a través de puertos chilenos, lo que al pueblo, en especial el alteño, le molestó en gran medida y lo manifestaron durante varias semanas.

Tras el término de la “guerra del gas” la efervescencia del pueblo seguía a flor de piel, y aunque los años pasaron, ese conflicto avivó la llama del sentimiento de injusticia que vivían los bolivianos al saber que alguna vez tuvieron mar y que éste les fue arrebatado. Desde ese momento todo cambió y con la llegada del presidente Evo Morales al poder en 2005, los bolivianos vieron una oportunidad para volver a soñar.

“Yo anhelo que los chilenos quieran a este pueblo. Necesitamos soñar. Más que algo geográfico es algo de sentimiento. Hay que respetar a las personas y las realidades de ambos pueblos. La historia en cada país es contada de diferente forma, pero lo importante es que podamos llegar a un acuerdo. Yo que soy chilena, necesito algún día mirar de frente y decir, esto hizo Chile. Que exista un acto noble que nos haga ser diferentes y demostrar que más allá de intereses políticos, podemos ser todos seres humanos dentro de un mundo en común”.

Un futuro alentador

Ese sentimiento que quema el corazón de cada boliviano por tener de vuelta ese trozo de mar, no es el único que les interesa, porque también en sus necesidades se encuentra el tan esperado desarrollo económico que el pueblo sabe que vendrá al exportar sus productos por el pacífico.

Para el diputado Víctor Borda, presidente de la comisión de economía y finanzas, una salida soberana al mar significa un incremento de al menos un 1,5% del Producto Interno Bruto.

“Más allá de poder bañarnos en las costas del pacífico, retornar al mar y tener una salida soberana, significa un gran crecimiento económico para nuestro país. Tenemos productos alimenticios como la quinoa, el maíz, el pescado de río, la leche, carne de vacuno, frutas, etc, que podemos exportar, además de grandes reservas de gas, litio, potasio, que estamos procesando en plantas industriales y en lo que hay mucho interés de países europeos. Nosotros necesitamos un puerto para poder exportar toda esta materia prima con la que contamos y que tanto beneficio traería a nuestros compatriotas”, explicó.

Según Borda, con este desarrollo comercial se lograría acabar con la pobreza y abrir nuevas oportunidades para los profesionales del país. Existirían nuevas carreras para estudiar e incluso la calidad de vida mejoraría. “Nuestros niños tendrían un futuro más amplio, soñarían con otras cosas, cosas más grandes, que hasta ahora no conocen ni están en sus mentes”.

Divididos pero unidos

Luis tiene apenas 11 años y su corazón vive un gran desafío. El nació en Chile, pero sus padres son de origen boliviano. Aunque en el colegio le enseñan que Chile combatió en la guerra del Pacífico, gracias a la cual ganó territorio que era boliviano, su familia no puede dejar de explicarle lo que para ellos realmente fue una invasión.

“A veces me da vergüenza cuando hablan del mar y dicen que soy boliviano, porque es como si fuera algo malo, de lo que tengo la culpa”, dice mirando al suelo.

Mientras sale del colegio al que asiste, ubicado en la comuna de Recoleta, sus compañeros se despiden, algunos le dicen “Chao Luis” pero no falta el que le grita “Wena boliviano”, en forma peyorativa.

Con los ojos vidriosos, quizás por la vergüenza de que otra persona se entere de sus sentimientos, nos cuenta que prefiere muchas veces no decirle a sus papás lo que siente, para que ellos no sufran, ya que tiene varios compañeros que le hacen bulliyng sobre todo cuando revive el tema del mar. “Cuando estaban hablando lo de la Haya, la gente que sabe que mis papas son bolivianos, me  miraba de reojo. Eso duele. Pero también tengo muchos amigos que me quieren y dicen que hay que darle mar a Bolivia. Yo conozco el mar. Me gusta ir al Quisco, siempre que podemos vamos con mi familia. Es bakán ir y bañarse, aunque el agua es muy fría. Pero me gustaría que los niños de Bolivia también lo conocieran y pudieran jugar como yo”.

¿Qué dice la historia?

Para el profesor de Historia de la Universidad Tecnológica Metropolitana, Politólogo y experto en conflictos internacionales, Máximo Quitral, este problema territorial nació por la disputa del control de la salida de productos por el océano pacífico.

Según el libro del Mar, realizado y distribuido por el gobierno del presidente Evo Morales, “En 1877 un terremoto seguido de maremoto arrasó la costa boliviana devastando ese territorio. Por si esto fuera poco, en 1878 una terrible sequía asoló importantes sectores del territorio boliviano. Como consecuencia de estos desastres naturales, el Gobierno de Bolivia solicitó a la empresa anglo-chilena Compañía de Salitres y Ferrocarril de Antofagasta (CSFA) el pago de 10 centavos por cada quintal de salitre exportado, a fin de generar recursos ante las catástrofes naturales que habían afectado a la región”.

Tras la petición de Bolivia, de embargar y rematar la transnacional, con el objetivo de cobrar dicho impuesto, Chile decidió tomar el territorio. El 14 de febrero de 1879, las ciudades de Antofagasta, Mejillones y Caracoles, fueron sitiadas por el ejército.

Quitral explicó que ambas definiciones, tanto de guerra como de invasión, son correctas, ya que depende de la interpretación del tema, sin embargo, indicó que “nos hemos quedado encapsulados en una sola visión histórica, y se necesita contar ambas perspectivas, para que la gente se haga su propia opinión. En Chile hay un discurso estructural de la negación, que dice que fue una guerra y se firmó el tratado de 1904. Pero se niega la posibilidad de enfrentar una política de diálogo, que es tan necesaria para ser capaces de construir nuestra propia historia”.

El conflicto del mar con Bolivia lleva más de 138 años buscando una solución, son muchos los gobiernos que han querido tratar el tema, pero no se ha logrado un acuerdo. Sin embargo, más allá de cualquier disputa comercial o política, existe un principio común entre seres humanos que nos une, que es el de ser feliz y buscar el crecimiento personal. Esto llevó a que personas decidan viajar al otro extremo, sin temor y con la convicción de lograr sus anhelos, con quienes la historia dice, pertenecen al bando contrario.