CrónicasNacionalSociedad

Astronomía: En el ALMA del desierto de Atacama

A 40 minutos de San Pedro de Atacama está uno de los proyectos científicos más relevantes a nivel mundial en el estudio del cosmos. Desde el año 2013, más de medio centenar de antenas apuntan al cielo sobre los cinco mil metros de altura buscando desentrañar los misterios del llamado universo frío, los vestigios más antiguos del espacio que conocemos los humanos. Revista Cáñamo subió donde pocos llegan.

Texto y fotos por Jorge López Orozco

El viaje se detiene en la portería del ALMA. Suena a frase de Paulo Coelho, pero esta parada es obligatoria para poder entrar en las instalaciones del Atacama Large Millimeter /submillimeter Array, el radio observatorio más ambicioso de la Tierra. El sol aún no despunta en los macizos andinos del desierto y el frío está casi en cero a mediados de agosto.

Mostramos nuestros documentos de identidad, formalidad obligatoria para entrar a esta restringida zona del desierto atacameño. Desde hace menos de una década que la sigla ALMA se ha instalado como una palabra regular entre los habitantes de la turística localidad de San Pedro, en la región de Antofagasta. Anotados nuestros datos, seguimos por la ruta que asciende hasta los 2.900 metros de altura, lugar en que se encuentran las instalaciones científicas conocidas como el «Campamento». Nombre más que engañoso para esta pequeña villa de albas edificaciones que resguardan una tecnología y datos de última generación. Thais Mandiola, coordinadora de visitas de ALMA, nos recibe con una enorme sonrisa. -Bienvenidos- dice.

Astronomía extrema

Cerca de quinientas personas pueden visitar el área del Campamento cada mes desde el 2015. Thais, nuestra anfitriona, revela que hay que reservar con dos meses de anticipación para poder venir a ALMA. Este proyecto astronómico fue inaugurado en 2013 y en él participan 21 países de Europa, América del Norte, Asia y Chile.

La villa cuenta con turbinas a gas, agua potable proveniente desde Calama, más de 140 kilómetros de caminos privados y 200 kilómetros de fibras ópticas, en las más de 17 mil hectáreas concesionadas al conglomerado científico durante medio siglo.

Visualmente, desde fuera, no se ven más que galpones blancos. Aquí no hay grandes cúpulas ni telescopios, todas las mediciones del universo se efectúan lejos de acá, en el llano del cerro Chajnantor, a cinco mil metros de altitud y a través de 66 enormes antenas de alta precisión. Aunque a nuestros oídos ya todo suena a película de ciencia ficción, la mente debe desbloquear nuevos niveles para entender lo que hablan los científicos que trabajan allí.

Pero previo a ello, y como parte del código de ingreso, hay que efectuarse un examen físico con un médico residente que constatará que estás en condiciones de soportar la altitud. No es todo. Antes de salir, se debe firmar un documento que señala en uno de sus puntos: «… estoy consciente de que puedo sufrir daños corporales o enfermedades de gravedad, incluso la muerte».

Mensajes del Universo Frío

Vale la pena el potencial riesgo y continuar. Una sala llena de pantallas con cifras, coordenadas y datos inentendibles tipo películas de la NASA, es el hábitat del ingeniero Emilio Barrios, y del operador de radiotelescopios, Gamel Martínez, quienes están absortos trabajando en alguna de las 400 propuestas anuales -de las 1.500 que llegan- y que son aprobadas para que las antenas de ALMA estudien e intenten dar pistas a las preguntas de los astrónomos internacionales.

El trabajo es intenso. Cada día se recolecta un terabyte de datos científicos desde el espacio. Las paredes del salón tienen pegados recortes de chistes de ET’s que llegan a la Tierra a abrazar árboles; frases chistosas y nerds en un pizarrón lleno de cálculos matemáticos («Acá no hay pokemones, hay astrónomos»); y algunas máscaras de «La Guerra de las Galaxias», que ayudan a desencajar ese arquetipo clásico del científico.

«Lo que las antenas captan son señales de radio de energías muy pequeñas en el cosmos, lo que denominamos Universo Frío», cuenta Gamel Martínez. El universo tiene longitudes de onda de radio, cortas o largas, que nuestros ojos no captan. Entre ellas están las radiaciones ultravioletas, de rayos X, Gamma, infrarrojas, submilimétricas y ondas de radio. Cada una de ellas posee información fundamental acerca de la naturaleza y origen del cosmos y ALMA, a través de sus enormes antenas, logran observar, por ejemplo, nubes de polvo y gas que formarán -y formaron- estrellas y galaxias distantes, las áreas que rodean a los hoyos negros o la radiación del sol, por ejemplo.

La radioastronomía no requiere oscuridad para funcionar. Esto, sumado a las condiciones atmosféricas de mínima humedad, el hallazgo de una superficie plana en altitud y las condiciones de estabilidad política en el país, provocó que ALMA se edificara en el desierto más árido del planeta con una inversión cercana a los 1.400 millones de dólares.

En una odisea espacial

Por la ventana se ve muy cerca la vertiente sur del volcán Licancabur. El todoterreno dirigido por Thais, asciende sin descanso entre medio de enormes cardones de la puna (Echinopsis atacamensis) que, como espinosos y gruesos dedos apuntan hacia el cielo. Vamos al llano del cerro Chajnantor, lugar sagrado para la cultura atacameña y que significa en lengua Ckunza: «Lugar de despegue».

Aunque los recorridos oficiales sólo incluyen el área del Campamento, nos convidan -en calidad de periodistas- a conocer el corazón de ALMA. Estamos a 5.050 metros sobre el nivel del mar, el oxígeno escasea y afuera del vehículo el clima soleado detenta -10° Celsius. Como en una película de Star Wars surgen las 66 enormes antenas parabólicas que son dirigidas al firmamento.

El auto para enfrente de la estación de monitoreo en la que trabajan sonrientes técnicos y científicos que nos dan la bienvenida. Un paramédico nos mide los signos vitales con un aparato que se coloca en el dedo índice y que, finalmente, corrobora la aptitud de nuestro estado físico ante la altura. Afuera el paisaje contrasta la soledad de las montañas altiplánicas, la nieve y las antenas. Este sitio astronómico, el más elevado para un proyecto de esta envergadura en el mundo, soporta un clima que va desde los -20°C y que ha medido vientos de hasta 160 km/h.

Las antenas funcionan como un gran interferómetro -instrumento que mide la longitud de las ondas- equivalente a un telescopio de impresionantes 16 kilómetros de ancho. Estas estructuras, de 110 toneladas cada una, son movidas a otros sectores del llano, dependiendo del estudio que se esté efectuando. Wall-E gigante

Resuenan las estrofas de Brain Damage de Pink Floyd en los parlantes de la cabina, y los ojos de Alfredo Elgueta -quien transporta una de las antenas a su nueva posición en la llanura andina- relampaguean de felicidad. Él es el conductor de un enorme camión con 28 ruedas que evoca el robot de la película «Wall-E», pero en gigante y amarillo.

Elgueta parece más un rockero que uno de los escasísimos operadores de este tipo de gran transportador, de los cuales hay dos en el mundo y que le pertenecen a ALMA. Fueron creados por la empresa alemana Scheuerle Fahrzeugfabrik GmbH, especializada en la construcción de vehículos de gran envergadura y con varios récords Guinness. Hechos a medida, desembarcaron hace una década en el puerto de Mejillones y fueron llevados desarmados hasta el Campamento de ALMA luego de 10 días de carreteras y custodiados por la policía.

Los dedos de Elgueta se mueven ligeros y seguros por los tableros de «la Lore», como fue bautizado el vehículo que computacionalmente regula la amortiguación de cada uno de sus ejes, movimientos que son monitoreados en varias pantallas.

Avanzamos a paso de tortuga en un paraje que parece sacado de un libro de Rad Bradbury, mientras las antenas apuntan al cielo buscando respuestas a preguntas inimaginables, a misterios que nuestras mentes buscan racionalmente entender para llegar a conclusiones que determinarán cuál es nuestro lugar en la galaxia o de dónde se remonta nuestro origen luego del Big Bang.

El frío arrecia tanto que hace doler los huesos. Cuando la música de la cabina se apaga, el silencio es tan profundo como sólo sabe serlo en el altiplano.

Las montañas milenarias y silentes son el anfiteatro de la persistencia de la mente humana. Miro las antenas del radiotelescopio más grande jamás construido y no logro convencerme de que en esa invisibilidad están siendo almacenadas ondas submilimétricas que revelan el mapa de nuestra propia historia cósmica.