ActivismoEstilo de VidaMedioambienteNacionalPolicialPolíticaPolítica y ActivismoReportajesSociedad

A los que le quitaron la vida a la Negra se les pagó por hacernos daño

Rubén Collío, Werken de la comunidad Newen de Tranguil:

Una minicentral hidroeléctrica en la montaña de la región de Los Ríos. La casa de máquinas instalada en terreno mapuche y sobre un cementerio ancestral. La comunidad se moviliza y logra ser escuchada. Después viene la muerte de Macarena Valdés y los cables de alta tensión intentan ser colocados por arriba de su casa en medio del velorio. Los detienen por un momento, pero el «progreso» no da tregua y la central comienza a funcionar pese a los esfuerzos por detenerla. Rubén Collío Benavides, esposo de Macarena, refuta la idea del suicidio presentada por la fiscalía, apoyado por el informe del médico forense Luis Ravanal y la académica de la Universidad de Chile, Dra. Carmen Cerda Aguilar. «A la Negra la mataron» es la frase que persiste y que se ha transformado en la fuerza movilizadora para esclarecer esta muerte.

Por Carlos Martínez / Fotos: Jorge Rosales

Veintitrés de agosto de 2016. Rubén hace los trámites para retirar el cuerpo de su esposa, Macarena Valdés (32), del Servicio Médico Legal de Panguipulli. En su casa, ubicada en el sector de Tranguil de la localidad de Liquiñe, sus hijos son cuidados por los «peñis» que llegaron para acompañar a la familia durante el velorio y el funeral. El día anterior, Macarena había aparecido colgada y a Rubén a esa altura todo le parecía inverosímil, empezando por la tesis del suicidio que la fiscalía se apresuraba a instalar.

«¿Cómo alguien que se quiere suicidar deja la comida preparada para sus hijos y todo listo para ir al consultorio con su guagua?», fue lo primero que se le vino a la mente a Rubén. Algo no cuadraba. Ni menos con la seguidilla de amenazas que venían recibiendo a medida que se involucraban en el conflicto que mantenía la comunidad de Newen de Tranguil con la empresa austriaca RP Global.

«Yo conocía a la Negra, era mi compañera y es imposible que ella se suicidara. Juntos habíamos tomado la decisión de salir de Santiago con nuestros hijos y esta era la vida que queríamos. Éramos felices. A los que le quitaron la vida a la Negra se les pagó por hacernos daño. No fue gente enojada», nos cuenta mientras ceba el mate que ha dado vuelta por horas al interior de una pequeña habitación que Rubén acondicionó, hace un tiempo, como su taller de orfebrería y donde -hace dos años atrás- el cuerpo de Macarena fue encontrado colgando de una viga.

Por inercia todos miramos hacia el techo donde apunta Rubén. El silencio se adueña del lugar y cuesta retomar el tema. «Cuando estoy retirando el cuerpo de la Negra, llamo a la casa y mi hijo me dice que los peñis están peleando con la gente de los cables. Le pido a mi hijo que me deje hablar con un adulto y ahí me entero de que la empresa está intentando colocar los cables de alta tensión acompañados por pacos y un teniente de Liquiñe que daba órdenes, el mismo que el día anterior vino a hacer el procedimiento por la muerte de la Negra».

Lo que estaba sucediendo parecía una burla macabra. Rubén, tres días antes, participaba de la mesa que se reunía con los funcionarios de gobierno para discutir las condiciones en que se había aprobado el proyecto de la minicentral de Tranguil.

«El 19 de agosto se acordó que nosotros no cortaríamos la ruta nuevamente y ellos (los funcionarios) se harían cargo de que no nos pasaran a llevar y de buscar una línea alternativa para cablear y no pasar por las casas. En esa reunión ellos se encuentran con una comunidad empoderada y que tiene claridad técnica y social. Eso les asusta y creo que es esa la razón por la que después dos trabajadores de la empresa le dicen a la lamien Mónica Paillamilla, dueña de este terreno donde vivimos, que me tiene que echar porque yo estaba haciendo que la comunidad se pelee».

Esa mesa donde participaba Rubén se había negociado el 1° de agosto de 2016, cuando a eso de las 5 de la mañana varias comunidades y organizaciones se coordinan para «realizar el control territorial del cruce Reyehueico en la ruta T 201, para denunciar el dispositivo ilegal y una serie de irregularidades cometidas por el Servicio de Evaluación Ambiental de Los Ríos, para la aprobación del proyecto mini central Tranguil de 3 mega watts de la transnacional austríaca RP Global», señala el comunicado que fue publicado, en esa fecha, por el medio Mapuexpress.

En ese corte de ruta Macarena Valdés Muñoz y Julia Quillempan Peña acuerdan que, si a una de ellas le pasa algo, la otra se encargaría de enterrarla. Rubén nos cuenta cómo fue esa conversación y por qué la «Ñaña Julia», quien lidera la comunidad Newen de Tranguil, decidió ceder su espacio a Macarena en el cementerio de Río Hueico.

«El mismo 22 llega la Ñaña Julia a preguntarme que qué iba hacer, dónde la iba sepultar. Yo le dije que no sabía, que no tenía idea de lo que iba a hacer y ahí me dice que le gustaría entregarle su espacio a la Negra en la tumba donde está su abuela. Meses después, la Ñaña Julia me contó sobre esa conversación en medio del corte de ruta y ahí entendí el compromiso, ese honor de la palabra empeñada que es algo que se da mucho entre mapuches».

La Ñaña Julia

Antes de conversar con Rubén visitamos en su casa a Julia Quillempan Peña. Ella, junto con su esposo Alejandro, nos reciben con pan amasado y una cazuela que comemos para recuperarnos del frío. Al rato Julia y su esposo comienzan a contarnos lo que pasa en Tranguil y cómo ha sido todo este proceso desde la construcción de la minicentral.

«Nosotros lo único que les pedimos, en ese entonces, a los de la empresa es que enripiaran el camino privado de la comunidad y que ellos estaban utilizando. Nos dijeron que no había plata para eso. Ahí fue cuando cerramos el portón de acceso al camino, que no es público, es de la comunidad».

Rubén recuerda ese episodio. Lo pasaron a buscar a su casa porque había una lamien de la comunidad peleando «con los de la empresa y los pacos».

«La Ñana Julia nos cuenta que la sala de máquina está dentro de la comunidad. Saca el título de merced y ahí me doy cuenta que efectivamente están dentro de la propiedad, que se han apropiado de casi 8 hectáreas y, además, justo donde estaban construyendo la sala de máquinas había un cementerio. Ahí sentí que estos weones se estaban pasando al mundo por la raja. Estaban construyendo arriba de un cementerio en el terreno de la comunidad y no querían arreglar el camino. Solo les pedían que arreglaran el camino y los weones dijeron que no».

El título de merced al que hace referencia Rubén fue otorgado en 1919 a la comunidad Quillempan. «Este título, que se lo dieron al bisabuelo de la Ñaña Julia, es el reconocimiento de que tú eres dueño de ese lugar porque ahí vivieron tus ancestros», subraya Collío.

La señora Julia nos sigue contando la historia de esas tierras donde vive. Aquí abunda el agua y las vertientes están a unos pasos de su casa. Sus gallinas, perros y cabras recorren el terreno en libertad. Nosotros caminamos hasta un arroyo con la «Ñaña Julia» y su esposo. Ella nos cuenta que al pollo que le hace cariño «es huacho» y que ella lo crio desde pequeño. Alejandro nos muestra unos sillones hechos de troncos y que hizo utilizando solo la motosierra. Las conversaciones se unen en un momento y nos relatan lo doloroso que fue para ellos la muerte de Macarena.

«Yo muchas veces me culpo. Creo que hoy por hoy él hubiera estado con su señora si nosotros no nos allegamos a él para que nos ayudara. Nunca se nos pasó por la mente que hicieran alguna cosa como esta».

La señora Julia se quiebra y pasa algunos segundos en silencio moviendo la cabeza como negando todo lo que ha pasado. Toma un poco de mate y nos pide que veamos un CD que le había dejado «la arqueóloga que vino a ver dónde estaban los cementerios de la comunidad».

«En la comunidad hay dos cementerios y mis bisabuelos están enterrados ahí, justo donde construyeron la sala de máquinas. La boca de toma de agua está arriba a 8 kilómetros y secaron el río Tranguil que corre como un hilo de agua chiquitito. Ahora los animales en el verano no tienen dónde tomar agua, porque el río tiene cerco», dice Julia.

Los dos cementerios a los que hace alusión Julia fueron catastrados en un informe que «Sheriff Consultores» realizó entre noviembre de 2017 y febrero de 2018 para complementar la documentación iniciada por la Dirección Regional de la Corporación Nacional de Desarrollo Indígena (CONADI) en el año 2016.

En el informe «Complementar 1° Catastro de Complejos Ceremoniales Ancestrales Eltuwe, de la Región de Los Ríos», establece el mal estado en que se encuentran y que uno de ellos está debajo de la sala de máquinas de la mini central construida por RP Global, empresa que hoy ha cambiado su nombre por el de RP Arroyo.

«Actualmente el cementerio se encuentra cubierto en su totalidad por la sala de máquinas de la central hidroeléctrica de paso Tranguil. Cabe señalar que, desde los inicios de obra de la empresa hidroeléctrica, diversas comunidades mapuche y organizaciones sociales, manifestaron descontento. Actualmente se investiga el homicidio de Macarena Valdés, mujer mapuche y dirigente que se opuso a este proyecto», señala el informe que Julia nos cede.

El cambio de switch

Rubén y Macarena no vivieron toda su vida en la montaña en una casa pequeña donde las ventanas son de plástico. Su vida se inició en Santiago y junto a sus hijos vivían cómodamente en un departamento en Ñuñoa y gozaban de la estabilidad de cualquier familia de clase media acomodada. Pero nada de eso fue regalado. Fueron años de sacrificio como familia. «Fui papá a los 16 años, seguí estudiando, llegué a la universidad, formé mi empresa. La tesis la terminé en dos semanas gracias al apoyo de la Negra. Fue un esfuerzo familiar y yo sentía que era bacán y me creía el cuento».

Rubén había logrado convertirse en un ingeniero ambiental. Lejos estaba de su niñez en la Población José María Caro y más todavía de esos veranos a pata pelá en la ruca de su abuelo en el sur.

«Tenía mi oficina afuera del metro Escuela Militar, con un pedazo de escritorio y mi laptop de última generación. Hoy día me cuesta reconocer a esa persona de esa época. Mucha soberbia, arrogancia porque sentía que la había hecho: nací en la Caro rodeado y ahora vivíamos en Ñuñoa y nuestros hijos iban a colegios privados».

Pero las bondades económicas del sistema no lograban llenar del todo a Rubén. El trabajo que mantenía ese estilo de vida le impedía ver a sus hijos crecer. El modelo neoliberal le había permitido ser exitoso económicamente, pero a cambio era un padre ausente.

«En Santiago pasaban semanas enteras y mis hijos no me veían. Sé que a la gran mayoría le pasa lo mismo que me pasaba a mí: trabajar para vivir. De los 365 días del año 350 los trabajaba como mono. Uno se vuelve prisionero del sistema y junta plata durante todo el año para estar 15 días de vacaciones».

Ese éxito económico comenzó a no ser suficiente para Rubén. Había un vacío. Sentía que algo faltaba.

«Un día me llega al compu un correo donde mostraban imágenes de represión contra comunidades mapuche y aparecían los pacos disparando. Eso me afectó tanto que me puse a llorar. Pero al mismo tiempo no entendía por qué me estaba afectando. Pensaba: yo gano plata, tengo una linda familia, cuando queremos salimos a comer. Entonces ¿por qué me importa lo que está pasando allá?».

Ese cuestionamiento lo invadió. Era exitoso según este modelo, pero no lo llenaba.

«Pasaron meses y me seguí sintiendo igual. Un día me encontré en el metro con un niño con una chueca. Yo le pregunté si era una chueca y me dijo que no. Le pregunté si era para jugar chueca y me volvió a decir que no. Le volví a preguntar y me quedó mirando feo. Ahí le conté que mi abuelo era mapuche y en su ruca me tenía un palito con el que me enseñaba a jugar. Ahí la cara de este peñi cambia y me pregunta mi nombre. Le digo que Rubén Collío y él me dice: usted es mapuche y le dije que no, que era descendiente. ¿Pero usted se siente más chileno que mapuche?, me preguntó y yo le dije que mapuche. Entonces, me dijo, no diga más que es descendiente de mapuche. Diga que es mapuche. Esto que usted llama chueca se llama wiño y es para jugar palin, me recalcó. Después de eso me di cuenta que pertenecía a un grupo de jóvenes mapuche y me invita a participar de sus actividades. Eran los Wechekeche Ñi Trawun. Yo creo que todo lo que se hoy día se lo debo a ellos. Esta conversación que te cuento o debe haber sido por el año 2009 o 2010».

Ese grupo de jóvenes se reunía todos los fines de semana para conversar y ahí Rubén fue conociendo más sobre su cultura.

«Con el tiempo te vas dando cuenta de que hay una montonera de mapuche desenraizados, que tienen hambre de conocimiento, de sabiduría, de reconexión y que era lo que me estaba pasando a mí sin saberlo. Con decirte que yo estuve tratando de aprender cueca porque me quería sentir chileno». Los encuentros con ese grupo de jóvenes, para ir conociendo más sobre la cultura mapuche, se prolongaban durante todo el fin de semana y fueron generando suspicacias en Macarena. Rubén estaba más ausente.

«Llegó un momento en que yo me iba el viernes en la noche y volvía el domingo en la tarde. Ahí la Negra me llama a terreno y me pregunta que qué me pasa. Qué si tenía otra mujer le tenía que decir. Yo le dije que no tenía que ver con otras mujeres. Lo que pasa es que me estoy empezando a sentir mapuche. Ella me dijo, pero si somos mapuche. Todo este tiempo te hemos apoyado en este sueño de tener oficina, de ganar plata. Nosotros somos una familia mapuche y tenemos claro que todo lo mapuche no va con esta ambición. Pero nosotros como familia te teníamos que apoyar, me dijo la Negra».

Dos años y aún sin justicia

22 de agosto de 2018. Al cierre de este reportaje, más de un centenar de personas se reúnen en las faldas del cerro Santa Lucía acá en Santiago y a más 800 kilómetros de Tranguil para mantener viva la memoria de Macarena.

En los grandes medios de comunicación la noticia se diluye entre la sobre oferta de información poco relevante. Al parecer la muerte de Macarena, que una empresa ocupe terrenos ilegalmente y construya sus instalaciones sobre un cementerio es irrelevante.

Nosotros hace casi dos meses fuimos a la montaña a ver a Rubén. Conversamos hasta la madrugada y le preguntamos si esa serenidad con la que habla estuvo precedida por la rabia.

«Viví con odio mucho tiempo. Vivo con el odio por dentro. Soy un ser humano como cualquier otro. Pero razono, pienso. Tuve una excelente compañera, madre, persona. Pero hay que estar en equilibrio, porque no solo somos vísceras. Matar lo puede hacer cualquiera. Pero la invitación es a razonar. Es cierto que hubiese sido más fácil volver a mi círculo de confianza, de seguridad, pero eso hubiese significado abandonar la comunidad, y eso no es amor».